El calendario del móvil nos avisa de que toca hacer la compra. Entramos en la web del supermercado de siempre, seleccionamos nuestro carrito guardado con la lista de cada mes y pinchamos en comprar. No necesitamos ni meter nuestra tarjeta y dirección, ya está todo almacenado. En unas horas llaman a la puerta. ¡Lista!
Una escena que se repite en millones de hogares en todo el mundo. Dos clicks y tengo todo lo que necesito ahora en la puerta de mi casa sin tener que desplazarme. Muchas veces, ya cocinado, para meter al microondas, que no hay tiempo.
Es interesante preguntarnos cómo ha cambiado esto nuestra mentalidad y qué implicaciones puede tener en la forma en la experimentamos el mundo. Para ello, siempre es muy revelador reflexionar sobre cómo perciben el mundo los niños. Pongamos dos escenarios: por un lado, un niño de una gran ciudad con una familia que compra por internet; por otro, un niño de un pueblo rural con huerto y granja.
Lo más inmediato que te vendrá a la cabeza es la facilidad y rapidez que el primero asocia siempre al momento de hacer la compra. También pensará que el móvil es un mundo enorme de posibilidades, donde tiene acceso a todo tipo de información y puede comprar todo lo que quiera. El segundo, por el contrario, puede que ni siquiera asocie a este momento el verbo “comprar”. Quizás, en su vocabulario aparecen más fácilmente otros, como sembrar, cultivar, recolectar, ordeñar, fermentar, madurar… Tendrá grabados muchos pasos, un gran camino, hasta llegar a comer.
Esto último es especialmente relevante. Una gran diferencia es que el segundo niño ve un proceso largo, reflejado en un rico vocabulario de verbos enlazados. El otro, practicante ve un automatismo, resumido en un solo verbo: comprar. Si le preguntas al segundo de dónde viene la leche, puede que se quede parado y te diga que del envase de cartón; o al menos, le costará mucho visualizar el recorrido. Tiene mucha más información que el primero en la palma de su mano, pero menos comprensión.
Experimentar la vida como un proceso no solo es crítico para entender ese momento, sino que afecta a nuestra mentalidad global. Si destruimos el sentido de proceso, transmitiremos un peligroso mensaje de que las cosas simplemente “ocurren”. Con ello, daremos lugar a adultos que no se preguntan por su origen, cómo se hacen y cómo se mejoran. Sin embargo, creando una apreciación del tiempo y del trabajo que implica el proceso, abriremos la puerta a desarrollar el espíritu creativo, pues solo se puede ser innovador cuando se conoce la complejidad y belleza de los procesos.
Lo esencial, no es observar estos dos escenarios como antagónicos, sino entender la importancia de enriquecer la mentalidad, observando el mundo de forma amplia. Llevar al niño de ciudad al campo, a conocer el proceso que hay detrás de lo que come. Además, aplicarlo en otros escenarios como la empresa. En nuestro proyecto, Human Up, enseñamos a los equipos a comprender los procesos, desmenuzarlos, volverlos a armar de forma diferente, observarlos desde fuera, cuestionándose las mejoras y creando así, talento innovador. Un talento que disfrute de las curvas del proceso.
En este momento la página web del crowdfunding me dice: proyecto DESTACADO, 83% conseguido, quedan 4 días, 119 contribuidorxs. En este orden. Tal y como solemos ordenar las cosas, sobre todo si utilizamos el lenguaje empresarial. Demasiadas veces, las personas al final…
En Dynamis somos diferentes, nos encanta “darle la vuelta” a todo. ¿Qué es más importante: conseguir el objetivo, ver los apoyos a Factoría? Somos unos convencidxs de que lo cualitativo nos llevará a lo cuantitativo, es decir, que tan maño respaldo, nos hará ver realidad a la Edición 8 de Factoría. ¿Cómo abandonar un proyecto que ha conseguido el apoyo explícito de 118 personas?
Habrá personas que se reirán de la cifra acostumbrados a trabajar con datos seguidos como mínimo de 3 ceros. A nosotrxs nos hincha el corazón de agradecimiento y nos anima a seguir izando las velas en el viento favorable, y a zafarnos en la bodega en el desfavorable, aprovechando para idear nuevas cosas.
Sin saber el resultado, nos gustaría compartir con vosotrxs la aventura que está suponiendo el crowdfunding. Emocionalmente ha sido una montaña rusa de subidas y bajadas; de intensos mensajes, como son lxs jóvenes de Factoría y de Human; de aprender lo que es la economía colaborativa; de testar con nuestros “usuarios” el producto. El camino está siendo una primera aventura muy estimulante y los resultados ya han llegado en forma de respaldo a lo largo de estas semanas.
Cuando pusimos en marcha Factoría, salimos convencidos de que era una buena iniciativa y de que si una comunidad de personas se alineaba en torno a ella, sería realidad. Hoy, 8 años después, seguimos reiterando la misma idea fuerza: las personas podemos hacer “magia” cuando nos aliamos en torno a un propósito.
Los datos de la crisis actual, la sanitaria y la económica, nos dicen que el colectivo de jóvenes es uno de los que más ha sufrido en el confinamiento y su futuro, que ya era incierto, lo va a ser más en los próximos años. Van a necesitar mucha seguridad en sí mismxs como generación para poder tener la oportunidad de contribuir a su mundo como la tuvimos las generaciones anteriores. Tal vez, ha llegado el momento de poner a las personas en el primer lugar, y ordenar de forma diferente.
Como tantas otras veces, la vida nos pone pruebas para que no nos aburramos más de la cuenta. Esta ha sido dura. O lo está siendo. O la va a ser. Las emociones negativas han encontrado muchos sitios para pasear con las calles vacías: la tristeza sin duda, tanto mayor cuanto más cerca ha estado el bicho de nuestros seres queridos. El miedo, por el desconocimiento del virus, por la inexistencia de vacuna, por la incertidumbre de lo que está por venir. También ha encontrado su hueco la ira, vinculada a la incomprensión, a las subidas de tono de los que salen en la tele. Quizás también a la impotencia.
¡Qué pequeñxs nos hace la sensación de impotencia! ¡Qué peligroso el círculo vicioso que se genera, por el cual estas emociones negativas nos llevan a comportamientos como la búsqueda de culpables, la queja permanente. O a meternos debajo de la cama hasta que pase el temporal. Comportamientos comprensibles en todo caso, sin duda. Pero poco empoderadores.
Porque como también muchxs personas han descubierto a lo largo de estos meses, tenemos una cantidad ingente de recursos en la mochila para dar respuesta a las coyunturas que se generan a lo largo de la vida. Recursos de los que no somos conscientes, en gran medida porque no abrimos la mochila para ver lo que hay en ella. Y no la abrimos, porque no salimos de excursión. No acostumbramos a caminar la vida por lugares desconocidos o mal iluminados. Y por ello muchos de los recursos de los que disponemos, no aparecen. Algunos de ellos, se oxidan o caducan.
Las crisis son oportunidades para abrir la mochila, y descubrir lo que cada uno tenemos, que es mucho. Aunque nos quejamos a veces de la educación, lo cierto es que cualquier persona ha entrenado miles de situaciones a las que dar respuesta en su infancia, adolescencia, juventud. En realidad, sabemos cómo responder a la incertidumbre, al cambio. Sabemos lidiar con el miedo, la tristeza, la ira. Solo hay que abrir la mochila. Pero para que tenga sentido abrirla, hay que salir más de excursión.
Como muchos talents de Factoría han descubierto en estos meses, generar “crisis” constantes, saliendo de la zona de confort camino de la zona de descubrimiento, nos da seguridad. Nos hace más libres.
Uno de los primeros mensajes que escuché cuando entré en la universidad, y también uno de los últimos, hacía referencia al concepto de vocación. Durante el espacio de tiempo comprendido entre esos dos momentos estuve cinco años preguntándome cuál era mi vocación y la respuesta actual sigue siendo: no lo sé.
Así que voy a aprovechar este espacio para reflexionar sobre la idea de vocación. En un escáner rápido de mis recuerdos no tengo una clara constancia de haber pensado sobre mi vocación hasta que empecé la universidad. En mi infancia, declaraciones como “yo de mayor quiero ser” ya me resultaban complicadas. Durante mi adolescencia el dilema más cercano a la vocación fue el de elegir un itinerario académico: ciencias o letras. Y lo siguiente que recuerdo es bachillerato y un listado de carreras posibles junto a sus notas de corte. Con muy poca reflexión, información y experiencia vital me planté en una carrera universitaria en la que no encontré certezas sobre mi vocación. Y ahora, tras lo que yo considero un trabajo de reflexión e información significativo sigo sin tener certezas sobre ella.
Por otro lado, observo mi entorno y hablo con personas, mayoritariamente jóvenes como yo, que tampoco han definido su vocación y pienso “uff, no soy la única”. Como podéis interpretar no llevo muy bien no saber cuál es mi vocación. Una razón seguro que tiene que ver con mi vivencia de la incertidumbre, pero también creo que hay otra que tiene que ver con los mensajes sobre la vocación que llevo escuchando desde que empecé la universidad y la interpretación que he hecho sobre ellos: la vocación es sinónimo de plenitud vital e irremediablemente conduce al éxito profesional. Me he agarrado a esta definición como si fuera un axioma. Pienso que esto ha sido un error y una importante fuente de angustia.
Hace poco me plantearon la siguiente pregunta. Aviso: lee atentamente. ¿Qué pasaría si lo que eres fuera lo que has venido a hacer a este mundo? Mi respuesta inmediata fue: sentido. Es decir, si yo fuera lo que venido a hacer a este mundo lo que pasaría es que estaría llena de sentido. Sobre lo que soy y sobre lo que he venido a hacer a este mundo… me ha costado llegar a una conclusión, pero curiosamente sí tengo una respuesta, y quizás sea tan evidente, que por ello resulte una respuesta simple, pero para mí no lo es: lo que hago es vivir y lo que soy es vida. Y sobre mi vocación, ¿sabéis qué?, sigo sin saber cuál es y mi vida no ha dejado de tener sentido, aunque a veces mi cabeza llena de “no lo sé” me haya hecho creer que sí.
Los primeros momentos del confinamiento nos llevaron a una buena parte de la sociedad a hacer un parón físico obligatorio. Parón que nos hizo tomar conciencia de una realidad que es sistémica pero que con el ritmo y la velocidad habitual, olvidamos.
En esas primeras semanas también se generó un movimiento solidario por barrios y pueblos muy emocionante. De ahí, a los buenos propósitos pasamos en cuestión de horas.
Eran habituales los comentarios sobre la necesidad de cambiar una sociedad demasiado economicista, desproporcionadamente agitada, de un creciente individualismo…¿Cómo recoger esa inteligencia colectiva para que cuando saliésemos de esta coyuntura, esta no se diluyese en el ambiente?.
En Dynamis decidimos hacer una Alianza dentro de nuestra comunidad para recoger estas ideas con el compromiso de tenerlas presentes en el “post confinamiento”. La Alianza es un conjunto de compromisos no demasiado extensa, que se concreta en acciones individuales y colectivas aplicables en nuestra actividad cotidiana.
Para su construcción hicimos una tormenta de ideas colectiva a través de documentos compartidos e identificamos unos ámbitos: búsqueda de información rigurosa, valoración y participación en las labores de cuidados; huella de las acciones en las tres áreas (planeta, los demás, uno mismo); gestión/uso del tiempo: dedicarlo a las personas, ayuda al pequeño comercio; fortalecimiento de los vínculos interpersonales; nuestros mayores; las personas: compañeros de trabajo, amigos, familiares y/o vecinos; educación: formación en habilidades para el empleo; cuidado en la salud propia; no perdamos lo bueno que hemos creado en este periodo de crisis: hemos descubierto nuestro tiempo y en lo que somos buenos.
Posteriormente nos organizamos en pequeños grupos de trabajo para definir conductas concretas en cada ámbito, y es aquí, donde nos dimos cuenta de que tanto pensar en grande nos ha hecho olvidar lo más próximo.
Muchas de las ideas de acción que surgían estaban dentro de nuestro campo de actuación personal y generalmente, el tiempo era el único recurso que requerían por nuestra parte. Pero, con la misma intensidad surgían ideas que incluían a grandes grupos de personas, la ocupación de las agendas de terceros (como si el tiempo fuera un recurso ilimitado) y generalmente con el soporte tecnológico de por medio. ¡En la construcción de una alianza que había surgido para consolidar lo que hemos aprendido de este momento, volvíamos por inercia a las prácticas anteriores al confinamiento!
Hemos oído tanto la frase piensa en grande, no te limites, llega a todo el mundo, etc. que lo de hacer algo dedicado a una solo persona, a nuestro vecindario o incluso a nosotrxs mismxs, nos resulta de poco valor. Como si el valor de una acción la determinara la cantidad de impactos que genera y no la acción en sí misma. ¿Tiene más valor lo grande o lo pequeño? ¿Acaso esta no es una pregunta tramposa de elección forzada?
En Dynamis tenemos una forma peculiar de entender la Memoria anual. La nuestra, no tiene un solo número: solo experiencias, aprendizajes e ideas para el futuro. Las personas, y también las empresas, necesitan conseguir unos resultados. Pero a veces olvidamos que los resultados pueden ir mucho más allá de los ingresos, los beneficios.
Las personas somos mucho más: somos lo que aprendemos, somos lo que sentimos, somos lo que hacemos. Estos también son importantísimos activos para el futuro, pues nos ayudan a elegir caminos y orientar estrategias. Nos permiten velar por la sostenibilidad nuestra y de nuestra entorno, en el medio y largo plazo.
Esperamos que os guste, os ponga sonrisa y tal vez, encienda alguna bombilla que ilumine vuestras ideas. Leer Memoria
¿Cómo desearías que fuera la universidad? El siguiente texto nace de esa pregunta y la única pretensión que tiene es compartir la visión de algunos jóvenes junto a la mía, en forma de respuesta, de deseo, de ilusión… ¿Soñamos juntxs? ¡Empezamos!
“En mi opinión la universidad debería ser un espacio dedicado a la investigación y al desarrollo de campos y materias. Un lugar donde acudan aquellas personas que encuentran en el descubrimiento del saber su verdadera vocación. Creando espacios alternativos para aquellos otros que, por su parte, solo buscan posicionarse en el mercado laboral ante una presión social constante” Miguel Lobelo, licenciado en Diseño Gráfico.
Tirando de este hilo, a mi me gustaría imaginarme un modelo significativamente menos competitivo en el que la presión social o la idea de posicionarse en el mercado laboral no interfiriesen en la búsqueda de nuestras pasiones. Un modelo donde haya espacio para las inquietudes de cada persona y fomente la integración de la diversidad.
También, como nos cuenta un estudiante anónimo de Enfermería: “la universidad será el lugar para despertar la conciencia del ser humano” Yo me sumo a este sueño y apelo al papel de los profesores para que nos agiten con responsabilidad en ese despertar. Que las aulas se conviertan en lugares vivos, estimulantes, expresivos…
Así Lucía Zaballa, estudiante de Medicina nos dice: “me gustaría que la universidad enseñe a pensar, enseñe a sacarse las castañas del fuego y te prepare para lo que venga después. Me gustaría pensar que es un lugar donde se fomente la motivación de aprendizaje, que la gente no acuda a clase por la asistencia, sino por las ganas de aprender”
Seguimos imaginando la universidad con Rubén Jordán, estudiante de Ciencias Políticas: “me ilusiona pensar en que, un día no muy lejano, la universidad sea un sitio donde se fomente y premie que un estudiante desarrolle un gran número de habilidades y proyectos. Me ilusiona pensar que la universidad será un lugar donde no solo se valorará memorizar y tirar, o calentar un asiento. Es posible que siendo así dejemos de pensar en coger nuestro título y olvidarnos, para pensar en quedarnos haciendo universidad”
¡Sin duda! Me gusta pensar en una universidad que no fuera valorada como un trámite que nos da la posesión de un título con el que presentarnos al mundo laboral diciendo: “¡tengo esto!”, para pensar en una universidad que nos acompañe en nuestro camino con más certezas sobre lo que somos y así quedarnos haciendo universidad después de la universidad.
Y termino, volviendo de nuevo al sueño de Lucía para descubrir su visión donde la enseñanza más importante de la universidad sea hacer hombres y mujeres con valores, ética, bondad y compasión. La universidad tiene que acercarnos un poco más a crear un mundo bueno.
«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno”
Un texto que parece escrito para hoy. Pero no, fue escrito por Charles Dickens, en su novela Historia de Dos Ciudades, situada a comienzos de la Revolución Francesa. Un momento histórico que fue uno de los mas dramáticos y a la vez esperanzadores. Una época marcada por grandes conflictos, con visiones opuestas, y también, por transformaciones, con profundos progresos con una gran influencia posterior.
¿Y si las fragmentaciones y los progresos estuvieran unidos? Si analizamos los momentos históricos, nos damos cuenta de que muchos de los pensadores mas creativos, no nacieron en épocas calmadas, ni en lugares centralizados con pensamientos homogéneos. Por el contrario, muchos de ellos nacieron en épocas marcadas por divisiones o revoluciones. Pero lo que encendió el crecimiento de su potencial creativo no fue la fragmentación en si, sino la enorme diversidad que esta produjo, enriqueciendo sus pensamientos.
La antigua Grecia, un lugar dividido por números estados, con visiones muy distintas, fue cuna de los mayores pensadores de la historia. Lo mismo ocurrió en la Italia del Renacimiento, con ciudades rivales hirviendo diferentes visiones, donde nacieron enormes talentos como Rafael, Miguel Ángel, Dante o Leonardo. También la Alemania que estaba dividida en pequeños principados, vio crear a Bethoven, Mozart, Hegel o Goethe. Y esos pensadores ilustrados como Rousseau, Descartes, Diderot o Voltaire, vivieron una época con números conflictos sociales y políticos. Sin olvidarnos de la Primera Guerra Mundial, que en medio de países desestructurados y un clima de gran incertidumbre, emergieron Wittgenstein, Heidegger o Benjamin revolucionando la filosofía. Y si, también la Segunda Guerra Mundial, dejó grandes innovadores en campos muy variados como Robert Capa, Roberto Rossellini, Bauhaus o Picasso.
Pero no solo crecieron en momentos marcados por divisiones, sino que la mayoría, además vivieron en entornos que les abrieron las voces de la diversidad, mostrándoles diferentes puntos de vista desde su infancia. Esa actitud, aprovechando también la época en la que les había tocado vivir, produjo un florecimiento de su creatividad. Además, gracias a esta mentalidad promovida en sus entornos, tuvieron la capacidad de unir tanta diversidad y complejidad de forma armoniosa, encontrando conexiones entre todas las perspectivas y transformándolas en visiones únicas del mundo.
En nosotros está convertir el momento tan turbulento que nos ha tocado vivir, en un nuevo renacimiento creativo. En lugar de taparnos los ojos, resignarnos quejándonos o atarnos a nuestro punto de vista, podemos conseguir que uno de los capítulos mas surrealistas de la historia cuente también que aprendimos a ser mejores. Seamos como esos ilustrados, que observaban la ignorancia, la tiranía y la superstición del momento que les había tocado vivir. Pero también, la esperanza, la fe en la razón y la cooperación. Veamos ambas visiones de Dickens a la vez, las tinieblas y la luz, entendamos más allá y profundicemos en ellas. El progreso llegará si sabemos escuchar todas las voces, integrar visiones diversas y crear aprendizaje compartido, conectando los hilos que enlazan los diferentes problemas que vivimos y convirtiéndolos en un brote creativo.
¿Cuántas plataformas de videocoferencias nuevas has probado desde que entramos en el confinamiento?
La gran mayoría de los profesionales podríamos decir que ya nos movemos por ellas como si fueran nuestro ecosistema habitual. Es más, cada uno de nosotrxs podríamos hacer un webinar monográfico sobre el tema como usuarixs aventajadxs. Según los datos de Microsoft, las video reuniones on line están alcanzando 45.000 horas diarias en el mundo, un incremento del 200% desde mediados de marzo.
Más de una vez hemos pensado en estos días, ¿si ya estaban ahí, por qué no las usábamos? Posiblemente, nos hubiéramos evitado unos cuantos desplazamientos y las dificultades de convocatoria por incompatibilidades de agenda. ¡Qué fácil es hacerse esta pregunta ahora, después de no haber tenido más remedio que probarlo!
Numerosos artículos en los últimos años han puesto en valor la capacidad de adaptación como un factor diferencial. Y si algo está demostrando el COVID-19, es nuestra capacidad de organización y aprendizaje ante una situación tan novedosa que muchos jamás hubiéramos imaginado vivir.
Pero una vez más se ha demostrado que el cambio reactivo es más habitual en nosotrxs que el proactivo, y que nuestra potencia para impulsar el cambio se incrementa significativamente cuando no hay más remedio porque la amenaza es demasiado grande.
Nos hemos adaptado rápido al teletrabajo y algunas organizaciones, poco abiertas, han descubierto que sus profesionales, estudiantes y otros colectivos, trabajan aunque no se les esté mirando; la “cultura de la presencia” se ha caído en un instante. El desbloqueo de una creencia tan asentada, indudablemente abre numerosas posibilidades al cambio en nuestras formas de trabajo. Ahora, el gran reto proactivo es analizar para qué y cuándo es apropiado.
Cuando se inician cambios novedosos con resultados rápidos, a veces hay una sensación de euforia o de excitación que nos puede llevar a pensar que son la panacea y a convertirlos en el modo habitual sin cuestionamiento. ¿Cómo influye el teletrabajo en la conciliación, la duración de la jornada laboral, la productividad, el consumo de recursos, el contacto humano,…? Son muchas las reflexiones y los estudios a poner encima de la mesa.
Que el teletrabajo ha tenido un impulso importante en nuestra sociedad con el confinamiento ya está demostrado. Si ha llegado para quedarse, lo demostrará el futuro.
Un mes en casa. Confinados y confinadas, peleando contra el bicho en una guerra en la que la mejor acción es no moverse. Y ayudar así a que los héroes y heroínas se batan en combate sin tregua en los hospitales.
Y en Dynamis, donde siempre hemos creído en el aprendizaje en un aula, en una cueva, alrededor de un fuego. Oliéndonos, rozándonos, mirándonos a los ojos… ¿Qué hacemos?
Pues crear otros caminos, que no dejen jamás de conducirnos a nuestro propósito: ayudar a las personas a conocerse, si es posible en relación. A pensar por sí mismas, a encontrar sus propios recursos para tomar decisiones, para elegir sus caminos.
Un mes en casa. ¿Y qué está pasando con lxs talents de Factoría, acostumbradxs a los seminarios vivenciales de cada jueves? Pues que están sacando provecho más que nunca a los procesos de coaching. Que los equipos de proyecto son más equipo que nunca. Que ofrecemos unos casos online voluntarios, y se apuntan 23 de 23.
Lo que está pasando es que están exprimiendo al máximo la experiencia, como todas las anteriores ediciones de Factoría. Porque el secreto está en las ganas. Porque quien quiere aprender, siempre encuentra la forma. Porque lo importante es el fondo.
Recuerdo aquella frase atribuida a Aníbal, general del ejército cartaginés, que dirigió a su ejército en la imposible misión de cruzar los Alpes. “Encontraremos el camino, y si no, lo crearemos”. Importa el propósito. Y las ganas. Todos los caminos pueden ser buenos. Y disfrutarse.
El maldito bicho ha logrado que no nos olamos, que no nos rocemos, que no nos besemos. Pero no solo no ha logrado desconectarnos, sino que ha logrado lo contrario. Estamos más cerca que nunca, porque estamos los unxs en los otrxs. Nos recorremos juntxs. Y juntxs, porque queremos, seguiremos encontrando la forma de seguir aprendiendo, de seguir entregando, de seguir construyendo, de seguir sintiendo, de seguir viviendo.