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Septiembre


18 de septiembre de 2018

Ya muchos no se acordarán de que hace muy poco estábamos de vacaciones, sin despertadores, ni prisas, ni rutinas…

Algunos seguirán con esa llamada crisis post-vacacional, que está vinculada a un contraste feo entre la realidad y los deseos.

Cuando uno decide sumergirse en una piscina, la sensación no es la misma si primero mete un dedo, después un pie, después hasta la rodilla y dedica al proceso veinte minutos, que si lo que hace es zambullirse de golpe. Del mismo modo, la vuelta al trabajo puede ser más o menos dura.

Zambullirse de golpe “duele más”, pero menos tiempo. Meterse en el agua poco a poco, duele menos, pero más tiempo. Cada uno ha de tomar sus decisiones.

En todo caso, creo que merece la pena hacer una reflexión más o menos profunda, sobre por qué nos cuesta tanto volver, si es que es así. Porque una cosa es que de vacaciones se viva fenomenalmente, y otra cosa es que la etapa de descanso sea el paraíso, porque la etapa de trabajo esté lejos de serlo.

Es una obviedad, pero aunque siempre cueste un poquito volver (salvo a algunos), el hecho de que retomar la actividad laboral y en general las rutinas “invernales” se conviertan en una montaña gigantesca, debe hacernos pensar sobre si llevamos la vida que queremos, y si no es así, si es un sacrificio con sentido y consentido. Porque si la respuesta es afirmativa, toca “apechugar”, tirar hacia delante, y saber que pronto estaremos en forma y adaptados.

Pero si de la reflexión surge la respuesta de que no estamos bien y además no estamos en el camino de estarlo, existe el riesgo de que el problema se convierta en endémico, y cada vez que nos tiremos en septiembre a la piscina, sintamos que el agua está más helada.

Ojalá encontremos la fórmula para que todo el año podamos sentir, en mayor o menor medida, esas buenas sensaciones vacacionales, las que no tienen que ver con “no tener que hacer nada”, claro. La sensación de que me canso, pero me recupero. De que me gusta lo que hago, porque elijo hacerlo. Y mejor que mejor: porque me apasiona hacerlo. De que dirijo la barca, y no me lleva la corriente.