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Cerrar para crear


1 de octubre de 2020

Llega el otoño y no solo hay frío fuera, también dentro. Hay frío en los comercios que han bajado las rejas, en las empresas que funcionan a medio gas y en los equipos que se mueven con miedo de dar el siguiente paso. Nos preguntamos cuándo se terminará este parón de hibernación que parece no tener final y saldremos a recuperar la velocidad y la cantidad de antes, volviendo a marcar todos los huecos de nuestra agenda, salvando nuestra libertad.

Muchos viven este momento como si fuera una hibernación, un letargo prologando para sobrevivir. Una palabra que viene de “hibernus”, que significa invierno. Pero es curioso, porque hay otra palabra derivada de invierno, que es invernadero, un lugar también cerrado, pero que en lugar de letargo, contiene desarrollo. Un espacio donde las plantas se protegen de la adversidad, pero al contrario que los animales, siguen creciendo, incluso más que fuera.

Parece que cuando las cosas se ponen mal, cuando hay frío fuera, solo podemos hibernar, quedarnos quietos, quejándonos del invierno y haciendo lo mínimo para sobrevivir. Hemos olvidado que en lo cerrado, como en esos invernaderos, también puede haber desarrollo. El tiempo de recogerse puede ser tiempo para crecer. Podemos avanzar, no en cantidad, ni en velocidad, sino en reflexión y cuidado. Entre el blanco y el negro de la vida sedentaria o el nomadismo frenético, hay otros colores valiosos. Dentro, con todo cerrado y la chimenea encendida, podemos leer, observar, conversar, regalándonos pensamiento, cuestionamiento y empatía. Podemos movernos, aún sin cambiar de sitio.  

Este momento en el que todo se ralentiza, es ideal para dedicar tiempo a repensar el camino con más sentido. La reflexión necesita tiempo, poco ruido y quietud, y qué mejor contexto que este. Una reflexión que nos lleve a cuestionar lo que todos hacen a gran velocidad, para interpretar y discernir el verdadero valor. No podemos ser innovadores si no aprendemos a mirar, y eso significa tomarse tiempo para dudar, analizar, empatizar. Tenemos que desarrollar el paladar para poder crear y esto requiere aprender con tiempo a saborear.

Una café con un cliente para entender mejor sus necesidades, una jornada de ideación con personas externas para traer nuevas miradas, unas horas de dinámicas para cohesionar más fuerte al equipo, una formación interna para aprender a observar el entorno… no será perder el tiempo, sino ganarlo. Tiempo imprescindible para crear luego de forma rica. En la quietud de estas actividades, como en los invernaderos, también hay movimiento. De hecho, la creatividad se alimenta de la quietud para poder mirar diferente.