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Recuperar el sentido del proceso


23 de junio de 2020

El calendario del móvil nos avisa de que toca hacer la compra. Entramos en la web del supermercado de siempre, seleccionamos nuestro carrito guardado con la lista de cada mes y pinchamos en comprar. No necesitamos ni meter nuestra tarjeta y dirección, ya está todo almacenado. En unas horas llaman a la puerta. ¡Lista!

Una escena que se repite en millones de hogares en todo el mundo. Dos clicks y tengo todo lo que necesito ahora en la puerta de mi casa sin tener que desplazarme. Muchas veces, ya cocinado, para meter al microondas, que no hay tiempo.

Es interesante preguntarnos cómo ha cambiado esto nuestra mentalidad y qué implicaciones puede tener en la forma en la experimentamos el mundo. Para ello, siempre es muy revelador reflexionar sobre cómo perciben el mundo los niños. Pongamos dos escenarios: por un lado, un niño de una gran ciudad con una familia que compra por internet; por otro, un niño de un pueblo rural con huerto y granja.

Lo más inmediato que te vendrá a la cabeza es la facilidad y rapidez que el primero asocia siempre al momento de hacer la compra. También pensará que el móvil es un mundo enorme de posibilidades, donde tiene acceso a todo tipo de información y puede comprar todo lo que quiera. El segundo, por el contrario, puede que ni siquiera asocie a este momento el verbo “comprar”. Quizás, en su vocabulario aparecen más fácilmente otros, como sembrar, cultivar, recolectar, ordeñar, fermentar, madurar… Tendrá grabados muchos pasos, un gran camino, hasta llegar a comer.

Esto último es especialmente relevante. Una gran diferencia es que el segundo niño ve un proceso largo, reflejado en un rico vocabulario de verbos enlazados. El otro, practicante ve un automatismo, resumido en un solo verbo: comprar. Si le preguntas al segundo de dónde viene la leche, puede que se quede parado y te diga que del envase de cartón; o al menos, le costará mucho visualizar el recorrido. Tiene mucha más información que el primero en la palma de su mano, pero menos comprensión.

Experimentar la vida como un proceso no solo es crítico para entender ese momento, sino que afecta a nuestra mentalidad global. Si destruimos el sentido de proceso, transmitiremos un peligroso mensaje de que las cosas simplemente “ocurren”.  Con ello, daremos lugar a adultos que no se preguntan por su origen, cómo se hacen y cómo se mejoran. Sin embargo, creando una apreciación del tiempo y del trabajo que implica el proceso, abriremos la puerta a desarrollar el espíritu creativo, pues solo se puede ser innovador cuando se conoce la complejidad y belleza de los procesos.

Lo esencial, no es observar estos dos escenarios como antagónicos, sino entender la importancia de enriquecer la mentalidad, observando el mundo de forma amplia. Llevar al niño de ciudad al campo, a conocer el proceso que hay detrás de lo que come. Además, aplicarlo en otros escenarios como la empresa. En nuestro proyecto, Human Up, enseñamos a los equipos a comprender los procesos, desmenuzarlos, volverlos a armar de forma diferente, observarlos desde fuera, cuestionándose las mejoras y creando así, talento innovador. Un talento que disfrute de las curvas del proceso.