Sistemas
Recuerdo a menudo esa frase lúgubre de Hemingway, en la que dice que cuando oigamos doblar las campanas, no preguntemos por quién doblan, porque de hecho están doblando por cada uno de nosotros.
Esta idea de la existencia de un hilo que nos une, que todo lo conecta, que somos “uno”, estaba ya muy arraigada en nuestros antepasados. Y existen algunas historias, quizás leyendas, de cómo antes de que nuestro mundo fuera un mundo global, ciertas cosas que pasaban en un lugar, afectaban también a otras partes muy lejanas entre sí.
Leí en cierta ocasión una historia sobre dos variedades de pájaros muy similares, los petirrojos y los azulejos, que tuvieron una trayectoria evolutiva distinta debido a la diferente forma de vivir de unos y otros. Como no soy experto en la materia, no podría decir cuánto de verdad hay en ello, aunque la historia es preciosa y, desde luego, muy creíble. Por lo visto, los petirrojos son aves muy sociales, que viven en comunidad, y además, tienden a cambiar de comunidad a lo largo de su vida. Los azulejos son más estables, y no cambian de comunidad.
Pues bien, por lo visto, existen evidencias de cómo una de las especies ha evolucionado más rápido que la otra, al compartir sus miembros los “aprendizajes” adquiridos en otras comunidades. Cuenta la historia, por ejemplo, cómo los petirrojos aprendieron a abrir el tapón y beberse la leche que antiguamente se dejaba a la puerta de las casas. Y cómo en un plazo de tiempo corto, otros petirrojos en otras partes empezaron a hacer lo mismo.
Sea la historia realidad o ficción, parece indudable que las conexiones entre los miembros de un sistema, y la oportunidad de que los miembros de ese sistema “vuelen” para dar y recibir, mejora el aprendizaje e impulsa la evolución y el cambio.
Pero creo que hay una variable que no debemos perder de vista: no es solo la conexión, la que genera la sinergia. No es solo “volar” de grupo en grupo lo que permite que el aprendizaje se produzca. Es necesaria la porosidad de cada individuo para aprender, y la generosidad de cada individuo para compartir su conocimiento. Si el individuo no alimenta el sistema, el sistema no alimentará al individuo.
Si algo cuidamos en Factoría de Talento a la hora de realizar la selección, es elegir jóvenes con porosidad y generosidad. Que tengan disposición a aprender y sean generosos para compartir su conocimiento y difundirlo mucho. Ese “virus” del aprender y compartir, sí queremos que sea muy contagioso.