Dejarnos y dejar evolucionar
El mirarnos con perspectiva es una actividad bastante común cuando llega el final de un año. ¿Quiénes somos a 31 de diciembre? ¿Quiénes éramos el 1 de enero? ¿Quiénes queremos ser el 31 de diciembre del año al que ahora damos comienzo? Establecemos propósitos, introducimos cambios. Todo nacido de un afán de mejorar: queremos evolucionar.
Pero no es solo que queramos evolucionar, es que existir significa estar en continuo cambio. Coincidimos todos en que la niñez es un periodo de evolución abismal: aprendemos a dar los primeros pasos, a hablar, a reconocer a quien está a nuestro alrededor, a hacer un número muy amplio de movimientos y acciones por primera vez. Sin embargo, al transitar la juventud, se nos empuja a encontrar un camino, a perseguir la tranquilidad, a tener el objetivo de aferrarnos a alguien y a un lugar. Conforme nos vamos haciendo adultos, es frecuente que nuestro entorno se sorprenda si cambiamos de dirección, de idea, de opinión o de rumbo. Quizá porque creemos que la identidad se construye de nuestras elecciones, nuestros pensamientos y nuestras opiniones más que de nuestros valores. Y quizás también porque creemos que la búsqueda y el desarrollo de la identidad tiene un final. Hace poco encontré en un libro la siguiente frase: “si miras atrás y no piensas <<qué estúpido era hace un año>> es porque no has aprendido mucho en el último año”.
Cambiamos día a día. Esto se ve en el ámbito científico de manera muy clara: lo que hoy sabemos que es cierto, puede que mañana se vea ampliado, matizado o que incluso deje de ser cierto. A mí, personalmente, a veces me cuesta ponerme en la mente del científico. Me cuesta mirar a mi yo de hace uno, dos, tres o diez años. Me cuesta verme en vídeo. Volver a abrir mis trabajos. Releer las palabras que utilicé en un escrito de hace algún tiempo. Me cuesta pensar que dediqué cuatro años a una carrera que ha dejado de interesarme tanto. Pero de ahí también nace querer grabarme de nuevo, seguir escribiendo, explorar nuevas áreas de conocimiento. Dice el diseñador Miguel Milá en su libro “Lo esencial”: “Me metí en el mundo del diseño sin saber lo que era el diseño. En realidad, todavía no lo sé. No lo sé porque creo que el diseño va cambiando. Por eso yo, con el tiempo, voy redefiniendo la idea que tengo sobre el diseño. Es decir, he aprendido a vivir con pocas certezas. También a administras esas pocas verdades”.
Aceptar que existen pocas verdades nos hace ser conscientes de que tan importante es asumir que nuestra evolución es constante como dejar evolucionar a aquellas personas a las que acompañamos. Dejarles experimentar sus propias vivencias, cometer sus propios errores, sacar sus propias conclusiones, llegar a sus propias verdades. Termina Miguel Milá el prólogo de su libro con lo siguiente: “Con ochenta y ocho años esto es lo que pienso. Que quede claro que puedo cambiar de opinión”. Y es que, sin importar la edad, la generación o la etapa vital, lo único que podemos dar por certero es que nunca dejamos de evolucionar, tengamos o no propósitos de año nuevo.