El día 24 de Diciembre por la mañana, véase la mañana de Nochebuena, fui como muchos otros días a un sitio que me gusta a tomar café. Mientras estaba mirando algunas cosas en mi ordenador, entró al establecimiento un hombre mayor y comenzó a ir mesa a mesa repartiendo unos papelitos. Así comenzó mi particular cuento de Navidad.
Un antes
Cuando se acercó a mí fue muy amable, la verdad. Para mi sorpresa, me dijo que tenía un canal de Youtube donde subía sus composiciones en guitarra y me estuvo haciendo varias preguntas. También me dijo que hacía canciones muy bonitas y me estuvo explicando alguna de ellas a través de su papelito (dónde ponía que por favor compartiéramos su canal y diéramos like a sus canciones).
Después de pasar por mi mesa, terminó de hacer la “ronda” por el local y se fue del establecimiento. Me metí en su canal y vi que contaba solo con apenas 100 suscriptores. Miré a mi alrededor y todo el mundo había tirado o hecho una bolita con el papelito. Nadie había prestado atención a aquel hombre y eso (y su dedicación para ir mesa a mesa vendiendo su contenido) me enterneció y decidí ayudarle de alguna manera a promocionar sus canciones.
Pensé que si subía un tweet a mi cuenta de Twitter (donde tenía más de 1000 seguidores) y pedía que se compartiera el mensaje con una foto del papel (dónde venía su nombre y los datos del canal), alguien seguro que seguiría la iniciativa. Y eso hice.
Un durante
A los 15 minutos empezó la magia. Miré mi móvil y vi que varios seguidores míos (con muchos seguidores a su vez) habían hecho retuit de mi mensaje y eso había desencadenado que la petición se empezara a mover de una manera muy rápida. Media hora después ya sabía que se iba a liar parda. Mi móvil no paraba de vibrar. 20, 50, 100, 250 retuits… La cuenta subía por segundos.
En ese momento sentí pavor. ¿Y si el pobre hombre mayor se asustaba de que tanta gente se metiera de repente en su canal? Decidí ponerme en contacto con él y mandarle un mensaje vía Youtube donde le decía lo que había pasado.
Pasaban los minutos y la bola se hacía más y más grande. Cuando llegué a casa y vi que Risto Mejide y otras celebridades y famosos habían compartido el mensaje supe que esa bola ya no había quien la parara. Tuve que desconectar la aplicación del móvil y las notificaciones. Tenía tantas por segundo que se me bloqueaba. Cientos. Durante horas y horas…
Así pasé la Nochebuena, entre la incredulidad de lo que estaba pasando, la alegría inmensa de que la gente se volcara en ayudar a Manolo (el hombre mayor) y el miedo de que él se asustara.
Pensé que al terminarse la Nochebuena el efecto del tuit pararía, pero no fue así. Al revés, la llegada de la Navidad potenció mi mensaje e hizo que se compartiera todavía más.
Ese día de Navidad me volqué en intentar dar con Manolo de alguna manera para contarle lo ocurrido. También para decirle que algunas personas se habían ofrecido desinteresadamente a grabarle cds gratis, vídeos profesionales, webs y hasta fotos. Fue absolutamente increíble todo el cariño y reconocimiento que recibió Manolo en tan solo unas horas.
Al mediodía me llamó la cadena Ser para decirme que querían entrevistarme en el programa «Hoy por hoy» (el programa más escuchado de la radio española). Más tarde fue la tele. Los informativos de Mediaset querían sacar la noticia. Yo acepté con la condición de que me ayudaran a encontrar a Manolo. Y así fue. En apenas unas horas, el equipo de informativos dio con Manolo el mismo día de Navidad. Cuando le llamé me temblaban las piernas. ¿Qué diría?, ¿Un hombre tan mayor entendería lo que había pasado?, ¿le gustaría?…
Fue encantador. Lloré cómo si no hubiera mañana cuando me dio las gracias en los 20 minutos que estuvimos al teléfono. Se había enterado por familiares y amigos y había leído mi mensaje en Youtube. Quedamos en conocernos al día siguiente en la misma cafetería donde pasó todo. Allí hicimos el reportaje que salió en los informativos de Mediaset. Manolo no entendía bien la repercusión que había tenido. Estaba emocionado por todos los mensajes maravillosos (miles) que había dejado la gente en su canal Youtube y a la vez estaba muy agobiado. Su entorno cercano no había parado de llamarle a casa para decirle que era famoso y estaba harto de descolgar el teléfono o recibir visitas en casa de amigos.
REFLEXIÓN 1. Una de las cosas en las que más he pensado, tras lo ocurrido fue precisamente que, un día recibes millones de visualizaciones de todo el mundo, miles de comentarios amables y respetuosos y al final, lo que te agobia es que te paren en tu propio pueblo los amigos o que te llamen para felicitarte. Supongo que es difícil resistirse a la tentación de contactar contigo o decirle a los periodistas (o a cualquiera) que te conocen.
Manolo decía que no quería ser famoso. Él siempre había soñado con llevar su música a todo el mundo y arañar unas pocas visitas (miraba todos los días el contador de Youtube) y con todo lo que había pasado, se daba por satisfecho hasta el infinito. Ahora tocaba volver a la calma. Dijo no a muchos periodistas y eso me hizo a mí también tomar la decisión de no hablar con nadie más.
Pasaron cosas curiosas. Me llamaron de otros programas importantes de radio, de la prensa escrita y de un programa de la tv para hacer un especial de Manolo. Las redactoras de este último, no lograban entender cómo yo no quería ser entrevistada a pesar de que Manolo no quisiera salir. Es como rechazar tu minuto de gloria televisiva, decían. Pero es que yo solo quería sacar una sonrisa a un hombre de 78 años por Navidad.
REFLEXIÓN 2. Yo nunca me imaginé tener una repercusión así. Tampoco subirme a ningún carro. En cambio algunas personas pensaron que (inicialmente) me había inventado lo de Manolo para hacerme famosa. Otras no entendían que no me subiera a la bola para sacar provecho propio. Y yo me preguntaba, ¿Dónde queda el poder hacer algo por otra persona desinteresadamente?, ¿no son precisamente las cosas así, totalmente ingenuas y autenticas las más bonitas y potentes?, ¿en qué momento nos hicimos egoístas o deseamos tanto tener exposición mediática?
REFLEXIÓN 3. Porque esa es otra. De la noche a la mañana te vuelves la persona más buscada. Todos se pegan por un minuto de tu historia. Y unos días más tarde tu historia no le importa a nadie y la gente se olvida de ti. Vivimos en un mundo absolutamente efímero. La rueda no para de girar. Devoramos contenido sin pestañear: canciones, noticias, historias… ¿Es eso sostenible?, ¿a cuánta gente le damos foco e ilusiones y luego se la deja tirada?, ¿de qué vale hacerte “famoso” unas horas?
Yo intenté explicar a Manolo que no se preocupara, que en unos días nadie le llamaría. Y él no lo acababa de entender. ¿Cómo iban a dejar de llamarle tan pronto? Me dijo que tendría que seguir repartiendo sus papelitos cuando le dejaran de ver.
Es curioso el contraste. Por un lado es muy difícil sobrellevar la bola mediática que viene a engullirte y por otro lado cuando se va, puedes echarla de menos. ¿Dónde esta el equilibrio en el que te sientes bien y le das una caricia a tu ego sin agobiarte?, ¿es eso posible o siempre hay un precio a pagar cuando te expones?
Por supuesto, este es un caso especial porque el impacto mediático fue gigante, pero supongo que cada persona tiene un punto de equilibrio según como sea.
Un después
A Manolo le ofrecieron algunas empresas ciertas cosas. También llevarle su canal de Youtube. No sé muy bien los detalles. Hubo gente que contactó conmigo para ofrecerle a Manolo cosas absurdas “gratuitamente” solo por hacerse autopromoción. También después de salir en la tele, tuve decenas de mensajes de gente que me pedía promocionar sus carreras, sus empresas… Así directamente. Oye tú, quiero que publiques mi música. O mi ropa. Hazme famoso…
Esa para mi es la peor parte de todo esto. Todas las personas que se intentan aprovechar de una situación. Aun así, siempre es fácil decir que no, aunque muchos no lo entiendan. Y es una manchita tan pequeña entre todo lo bueno, que es casi anecdótica.
Al final y después de todo lo ocurrido, yo me quedo con el cuento de Navidad, el de verdad, donde 5.800.000 personas hicieron posible un sueño de alguien compartiendo mi tuit. Sí, mi mensaje llegó a casi 6 millones de personas. Aún hoy me parece increíble.
Me quedo con los miles y miles de mensajes bonitos que le dejaron a Manolo. Me quedo con que cuando nos unimos podemos hacer cosas maravillosas. Al final da igual cómo seamos, nuestros gustos, nuestros colores políticos. Somos personas y tenemos un corazoncito latiendo dentro de nosotros. Me quedo con el poder de Twitter, donde habitan muchos haters, pero donde también se puede conocer gente genial o hacer que un papelito pidiendo likes para que un hombre de 78 años tenga casi 62.000 me gusta y 57.000 retuits.
Me quedo con el tesón de Manolo. Con el pelear y el currarse mesa a mesa cada visita para que te conozcan. No un día ni dos. Manolo llevaba años repartiendo sus papelitos. Supongo que también esto es el karma. Sembrar durante muchos años, que la gente no te preste mucha atención y que un día medio mundo confabule para darte las gracias por tu música.
Manolo pasó de un centenar de suscriptores en Youtube a casi 80.000 prácticamente en dos días. La mayoría de sus vídeos tienen miles de visualizaciones. Un rock suyo por ejemplo, tiene 105.000 visitas. Eso es maravilloso porque al final, toda esa gente va a poder seguir escuchando a Manolo más allá del tuit. La canción nueva que subió a comienzos de año después de todo el berenjenal ya tiene casi 30.000 visualizaciones.
Yo solo puedo dar las gracias a todo el mundo que lo hizo posible. Gracias por compartir el tuit. Gracias por todos los mensajes tan bonitos que yo también he recibido. Gracias por ser generosos con Manolo. Ha sido una experiencia alucinante. Muy intensa. Nervios, incredulidad, felicidad, emoción, miedo a meter la pata o que se me fuera de las manos. He pasado por todos los estados vitales. También he aprendido muchísimo. De los medios. De las redes. He vuelto a creer en las personas, porque estaba un poco decepcionada con todo lo que se ve en el día a día. Twitter es una herramienta extremadamente potente y a la vez por esa potencia, da miedo que te coma la bola mediática. Aún así nadie tiene la formula de la viralidad. De repente un mensaje o historia gusta y boom, millones de personas lo comparten en segundos. Y esas personas lo comparten en otras redes: en Whatsup, en Instagram, en Facebook. Al final, de una cosa que hiciste pequeñita se entera todo el mundo, literalmente.
Yo estoy segura que la historia de Manolo reunía muy buenos ingredientes, pero creo que fueron un cúmulo de pequeñas coincidencias y factores los que realmente hicieron magia. Y bendita magia. No hay nada que haga más feliz a uno mismo, que poder sacar una sonrisa y llenar de felicidad a otra persona sin que se lo espere y sin pedir nada a cambio.
Siempre recordaré este cuento de Navidad. GRACIAS. (Natalia Rodríguez Núñez-Milara)
Cómo no sabían que era imposible, lo consiguieron. Jean Cocteau