La IV Encuesta Adecco sobre la Felicidad en el trabajo, revela que las dos profesiones en las que los trabajadores que las desempeñan son más felices son:
• Los educadores (94,32%),
• Los cuerpos y fuerzas del orden (92,59%).
Asimismo, dicha encuesta revela que los dos factores que más influyen en la felicidad laboral son “disfrutar del trabajo que se realiza” (39,3%) y “tener buenos compañeros y buen ambiente de trabajo” (17,6%). Ambas profesionales tienen bajos índices de “infidelidad”.
Mi hipótesis es que estos datos correlacionan directamente con la fidelidad de los trabajadores hacia la empresa. Quien es feliz con su momento vital, seguramente tiene menos alicientes para ser infiel que quien no lo es.
De manera significativa, las dos profesiones con los trabajadores más felices, tienen un fuerte componente vocacional; hay seguramente “más que un trabajo” en la visión que de su profesión tienen las personas que la desempeñan. La identificación con lo que haces, que nace de una fuerte conexión entre la actividad realizada y los valores personales, genera un vínculo más allá de los contratos.
Y luego está el disfrute. Aunque algunos piensan lo contrario, al ser humano no le gusta sufrir, al menos cuando dicho sufrimiento no tiene un sentido. El disfrute es la mejor medicina para que un profesional no le “eche el ojo” a nuevos novios que se crucen por el camino. Y el disfrute, naturalmente, también tiene mucho que ver con los “compañeros de viaje”, como apunta el estudio de Adecco. Un mal ambiente de trabajo no contribuye precisamente a generar fidelidad.
Más allá de estas consideraciones, creemos que no se puede perder de vista lo mucho que ha evolucionado la forma de entender la relación empresa-trabajador en los últimos 30 años. La estabilidad en el empleo que existía en el pasado, hacía que muchos profesionales pasaran toda su vida trabajando en la misma empresa, lo que de manera automática generaba unos vínculos emocionales con el paso de los años que, sin duda, contribuían a la fidelidad. Yo aún recuerdo esas fiestas de navidad que organizaba la empresa de mi padre, en las que muchas familias de empleados nos juntábamos para intercambiarnos regalos… La empresa realmente contribuía de una manera decisiva a la generación de familias y a la cohesión de las mismas.
Hoy la estabilidad en el empleo, por cuestiones muy diversas, es mucho menor. Algunas estadísticas (aunque las características intrínsecas de cada país son muy distintas), ponen de manifiesto que un profesional que se incorpora hoy al mundo laboral pasará por una media de siete empleos a lo largo de su vida. En algunos casos, por cambios deseados; en otros, por cambios no deseados. La coyuntura económica afecta hoy a las empresas de una manera muy significativa. La propia competitividad característica de muchos sectores, hace que la cuenta de pérdidas y ganancias sea el oráculo del comité de dirección. Habitualmente, ante las crisis, una de las primeras teclas que se toca es la de los despidos. Y eso tiene consecuencias indirectas de las que no siempre somos conscientes.
Muchos expertos en estos procesos de regulación de empleo, apuntan que tan importante es cuidar la salida de quienes se van, como cuidar el impacto en los que se quedan (ojo a la comunicación interna). No es un sentimiento de gratitud el que prevalece en quienes ven que son unos de los privilegiados que conservan su empleo. Puede haber suspiros iniciales de alivio, pero a la larga, comprobar que tu empresa tira por la calle de en medio para regularizar la partida de gastos, despidiendo gente, genera una desafección, que seguramente pueda explicar infidelidades posteriores.
Qué duda cabe que ninguno somos imprescindible en nuestra empresa, pero hay un trecho entre que no lo seamos y que nos consideren meros “eslabones” de una cadena. Cuando uno no se siente querido, puede ocurrir que se sienta menos inclinado a querer a quien no le quiere, a quien no le valora. Entra aquí como factor crítico el papel de los responsables de personas en la fidelidad de los profesionales a las empresas… Son muchos los estudios que revelan que muchos profesionales, cuando dejan sus empresas, a quienes realmente quieren dejar son a sus jefes.
Otras veces, creemos que las menos, las personas pueden ser infieles porque consideran que en su empresa actual han tocado techo y necesitan nuevos retos, nuevas ilusiones, porque si no el riesgo de acomodarse es alto… Pero este tipo de infidelidad, en la que podría achacársele a la empresa también un punto de responsabilidad, si no es capaz de generar con cierta frecuencia esos retos atractivos para sus profesionales, es una infidelidad que consideramos que puede ser hasta positiva. Seguramente sea preferible que “corra el aire”, que haya “sangre nueva”…
Un cierto nivel de rotación es saludable, o al menos, puede serlo más que contar con una plantilla muy fiel, pero muy acomodada. Cierta fidelidad genera una autocomplacencia que puede llegar a ser muy perniciosa, a la larga, para todas las partes.
Como en las relaciones personales, la fidelidad de los unos con los otros y de los otros con los unos, es seguramente una responsabilidad compartida, en cuanto a que ambas partes, de forma directa o indirecta, con sus comportamientos diarios, están contribuyendo a generar un entorno sostenible para la relación o un caldo de cultivo ideal para que, en cuanto escuchemos “cantos de sirena”, cerremos los ojos y acudamos prestos al reclamo.
Pablo Burgué, Profesor del Programa de Evaluación Competencial de IDE-CESEM
Socio-Fundador de Dynamis Consultores