Skip to main content

Etiqueta: emoción

¿Para qué queremos la inteligencia emocional si ya tenemos la inteligencia artificial?

No es una pregunta a modo de broma: es la pregunta que una persona le hizo a otra que quería venderle un programa formativo de inteligencia emocional para su equipo.

Son estas cosas que a veces te hacen dudar (poco) de hasta qué punto los avances científicos y tecnológicos te dan más de lo que te quitan.

Creo sinceramente que es muy, muy pesimista, la visión de alguien que cree que el mundo actual es peor que el de hace 100 años. Por supuesto hay problemas que resolver, y surgirán otros. Pero que la globalización, la medicina, la ciencia en general, han mejorado la situación de la humanidad a lo largo de los años, resulta en mi opinión evidente.

Hoy muchos se cuestionan el futuro del trabajo, por la evolución de la robotización, por el papel de los ordenadores; por una influencia cada vez menor del pensamiento del hombre a cambio del pensamiento de los datos.

Pero me cuesta creer que la inteligencia artificial, y en general cualquier tipo de evolución tecnológica futura, haga que desaparezca la tristeza, el miedo, la ira, la alegría, la sorpresa…

Las emociones básicas humanas, son las que han sido desde hace miles de años, y han trascendido a las movimientos culturales, a los sistemas políticos, a las religiones… Llevan con nosotros toda la vida, y algunos no se enteran. Tiene pinta, además, de que seguirán con nosotros unos cuantos siglos.

Sigue habiendo personas que creen que los problemas se resuelven con derivadas, integrales y árboles de decisión. Pero seguimos poniéndonos nerviosos al hablar en público, frustrándonos cuando perdemos un partido y perdiendo los papeles cuando una persona no nos entiende o nos menosprecia.

Y lo que es más importante: seguimos dando lo mejor de nosotros, cuando nos sentimos felices, cuando hay alegrías en nuestras vidas, cuando recibimos sorpresas que nos gustan.

Así pues, bendita inteligencia artificial y 5G, que nos permita ir tooooodavía más rápido. Pero sagrada inteligencia emocional, que nos permita aprender de nosotros como seres humanos, descubriendo cómo afrontar nuestros miedos, gestionar nuestras relaciones y superar los obstáculos.

 

 

Lo que nos puede enseñar Operación Triunfo de comunicación

Una actuación perfecta, sin desafinar una nota, controlando cada paso al milímetro, sin salirse del círculo marcado, sin entrar demasiado en contacto con el público, no vaya a ser que haya que hacer algo fuera del guión. ¿Son estas las actuaciones que nos dejan sorprendidos, que nos hacen saltar del asiento y vibrar? Seguramente no. En muchos concursantes de Operación Triunfo lo hemos visto y los ejemplos son numerosos en el mundo artístico. Técnicamente impecables, con una voz capaz de llegar a cualquier límite. Y sin embargo, han terminado fuera de la academia o del mundo musical antes que otros cuyas voces tienen mucho que pulir. Al margen de favoritismos ¿Qué hay detrás de esto? ¿Qué podemos aprender para dar una ponencia, presentar nuestra startup, negociar con un cliente o formar?

En la comunicación buscamos conectar. La perfección absoluta y el excesivo control, lo técnico y profesional muchas veces nos alejan de ello. Queremos controlar cada palabra memorizada, como pasamos las diapositivas, si nos movemos hacia delante o hacia atrás, la posición de las manos, el tiempo exacto en el que terminamos… y nos olvidamos de sentirnos y sentir a otros. Nos olvidamos que la comunicación no son datos, sino emociones.

Se ven muchos casos de ejecutivos o autoridades en grandes eventos leyendo una hoja detrás del atril. Un papel escrito por otra persona en un lenguaje absolutamente profesional. Un papel que no sienten en primera persona. Sin levantar la vista, no vaya a ser que les distraigan, sin saltarse una palabra, no vaya a ser que no hayan memorizado bien. Y miras al lado y solo ves caras sin expresión. Jamás conseguiremos generar emociones así. Porque en el artista que choca las manos al público porque lo siente, en el formador que pregunta en lugar de afirmar, en el ejecutivo que se toma un bizcocho al ir a ver a su cliente o en el emprendedor que no sigue las diapositivas para contar una anécdota personal, hay falta de control total, si, pero también valentía y brillo, la única vía a la conexión. Y puede dar miedo generar interacción, debate y reflexión en un aula o en una ponencia porque se sale de la guía, es incierto y hay que saber improvisar y construir en base a sus repuestas. Puede dar miedo descolocar un aula y que no estén todos mirando la nuca del de enfrente porque hemos vivido desde niños haciendo lo mismo. Puede dar miedo dejar abierta una negociación porque nos han enfocado siempre al corto plazo. Puede dar miedo pero esta improvisación planificada es la que hará pasar de perfecto a emocionante. Y que el pitch de tu proyecto, la formación, la negociación o la ponencia realmente se absorban y lleguen a calar profundamente, generando algo más que un simple: ¡No ha desafinado nada!

El futuro en la era de inteligencia artificial: creatividad, imaginación, pasión (y filosofía).

Llevo un tiempo dándole vueltas a un vídeo que vi hace unos días y me gustó mucho. En él, Jordi Nomen (profesor y autor del libro El niño filósofo) explica razonadamente por qué los niños y las niñas deberían aprender filosofía para desarrollar su pensamiento crítico. Además, también incide en la necesidad de que abramos nuestra mente, nos hagamos siempre preguntas y reflexionemos. Esta última frase me parece clave en el contexto en el que vivimos, y sobretodo, en el que a priori nos va a tocar vivir en un futuro muy próximo.

El avance de la inteligencia artificial es un hecho. La semana pasada por ejemplo, Google presentó al mundo Duplex, un nuevo sistema de IA que completa tareas de forma independiente interactuando con seres humanos mediante llamadas telefónicas. Esto supone un cambio de paradigma, ya que se propone que el robot no sea quien atiende la llamada sino quien la solicita. En este vídeo (o en este otro) podéis  comprobar que es imposible distinguir al robot de la persona real al reservar mesa en un restaurante o pedir cita para cortarse el pelo.

Pero y si para ciertas cosas los robots podrán tener el mismo desempeño (o mejor) que  nosotros, ¿cómo podremos las personas diferenciarnos y aportar un valor irreemplazable en el futuro?

Por el momento, los estudios realizados en inteligencia artificial avalan que hay ciertas capacidades cognitivas en las que las máquinas están muy lejos de poder manejarse de forma independiente. Curiosamente, gran parte de ellas coinciden con las que Jordi Nomen defendía desde un punto de vista filosófico al principio de este texto. 
La habilidad de aprender y hacerse preguntas, organizar, plantear y resolver problemas, la capacidad de analizar y entender el entorno… O especialmente el desarrollo de la imaginación, la creatividad y la pasión por las cosas.

Y es que la filosofía va íntimamente ligada al desarrollo de la tecnología y la inteligencia artificial, por lo que no es ninguna sorpresa que la universidad de Oxford (una de las más importantes del mundo) oferte ya una licenciatura híbrida de informática y filosofía.

En el futuro (dicen los expertos), las máquinas asumirán los trabajos físicos, los repetitivos o aquellos que requieran grandes volúmenes de información, por lo que la diferenciación pasará porque potenciemos nuestra curiosidad, el aprendizaje transversal y el pensamiento crítico para realizar tareas únicas.

¡Bienvenida, filosofía!

“ Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. ”  Ortega y Gasset

Las emociones en el proceso comercial

Una de las películas de animación con más éxito de los últimos años ha sido Inside Out, en la que la trama ocurre en el interior del cuerpo de una niña, en la que diferentes personajes que representan las 6 emociones básicas (bueno, cinco, porque sorprendentemente, la sorpresa no está representada), conviven dando lugar a los estados de ánimo de la niña.

¿Tiene un papel cada una de las emociones básicas en el proceso comercial? Veamos:

  1. La alegría: creo que todos estaríamos de acuerdo en que la alegría, es un “personaje” que vende. Primeramente porque moviliza positivamente al comercial, ofreciéndole una energía que facilitará que “vista” su producto o servicio de una manera adecuada. La alegría genera una actitud mental positiva que permite visualizar las oportunidades y gestionar la incertidumbre con iniciativa. Además, la alegría, como el resto de emociones, se contagia, y también mejora la predisposición del cliente a establecer un canal de comunicación fluido.
  1. La sorpresa: emoción que no está representada en la película, ante la incredulidad de muchos. En algunas lecturas que he realizado para documentarme, los productores comentan que es una emoción que se parece demasiado al miedo, y no era fácil distinguirla. Desde luego, como “actriz” en un proceso comercial, tendría un papel principal. La sorpresa es la emoción llamada a captar la atención del cliente, a despertar su interés y a generar una reacción. La sorpresa es una emoción muy juguetona y ciertamente, es posible que genere miedo, o asco o alguna otra emoción negativa. Pero sobre todo cuando el comercial se mueve en un entorno muy predecible, muy competitivo, en el que al otro lado tiene a clientes que continuamente reciben ofertas similares de proveedores, la sorpresa puede ser la “actriz” que se lleve el Oscar.
  1. El miedo: esta emoción permite que cuestionemos y nos cuestionemos. Es necesaria, por lo tanto, para que el comercial reconozca las líneas rojas, para que analice con algo de detalle si un acuerdo es un buen acuerdo, si puede confiar plenamente en su interlocutor… El comercial riesgófilo es una bomba de relojería que, si está controlada, no tiene por qué hacer daño. Pero que si se activa, puede dar lugar a acuerdos poco beneficiosos e incluso peligrosos para la propia empresa.
  1. La repugnancia: una emoción que también puede tener su protagonismo. Da lugar a un “feeling” negativo entre el comercial y el cliente, que ensucia el canal de comunicación. Ojalá fuera un personaje secundario en la mayoría de los procesos comerciales. Pero es posible que haya momentos en los que esta emoción también tenga un sentido positivo, y nos ayude a alejarnos de clientes tóxicos, o de situaciones que chocan con la legalidad o la ética. Si esta emoción no existiera, nos aproximaríamos tanto a una hermosa y fragante flor como a un cubo de basura.
  1. La ira: peligroso actor en los procesos comerciales, pues este sí que “se carga” a gran velocidad las relaciones. La ira a menudo es una emoción poco controlada, que da lugar a comunicaciones poco elaboradas, de esas que luego dices: “podría haberme mordido la lengua”. Sin duda, los comerciales con experiencia saben que la ira suavizada, el enfado, puede ser un “actor” importante cuando se produce una negociación y queremos dar un golpe en la mesa, porque necesitamos que se nos oiga, que se conozca nuestro malestar sobre algo. O cuando queremos que el otro sepa que está tirando mucho de la cuerda.
  1. La tristeza: en sentido contrario a la alegría, la tristeza te frena, te invita a sentarte, a parar… Y un comercial también necesita parar. Y pensar. Una venta que no se ha producido genera tristeza. Si generara alegría, seguramente nos invitaría a repetir comportamientos, que quizás darían lugar a los mismos resultados. La tristeza te sienta en el diván y genera dudas, cuestionamientos, que pueden permitir una reacción posterior. Naturalmente, la tristeza debe ser una actriz secundaria, y que tenga nula presencia en la interacción con clientes, porque un comercial “triste” puede resultar aún más descorazonador que un comercial enfadado…

Mucho se ha hablado y estudiado sobre la naturaleza adaptiva de las emociones y su valor para un equilibrio global de la persona, que contribuya a acciones más eficaces y sostenibles. Como se puede ver en esta película de la factoría Pixar, un equilibrio emocional óptimo recoge todas las emociones, las integra y las conduce positivamente para el crecimiento del individuo y de su comportamiento.