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Etiqueta: gestión emocional

¡Qué empiecen los juegos del hambre!

Dolor de tripa, insomnio, cefaleas… Puede parecer el cuadro de alguien que debería ser diagnosticado por un médico. Sin embargo, son síntomas frecuentes de algunos estudiantes la noche previa a realizar un examen. Para muchos, un acontecimiento altamente estresante.

¿Qué influencia tienen los profesores en la generación de estrés? ¿Y las familias? ¿Son los profesores y las familias conscientes de lo que transmiten a alumnos e hijos? ¿Es necesaria tanta presión? Cada vez son más las noticias relacionadas con ansiedad en niños y jóvenes a causa de los estudios. Mucho esfuerzo, trabajo y preparación pueden caer en saco roto en cuestión de segundos por una mala gestión de las emociones.

Presentaré el lado oscuro de esta realidad. Recuerdo un profesor de historia en secundaria que repartía las correcciones de los exámenes de una manera muy teatral: nombraba a un alumno o alumna, en caso de aprobado levantaba el dedo pulgar y si el examen estaba suspenso lo giraba hacia abajo. ¡Los famosos emoticonos de las redes sociales! Una representación tan simbólica desde tiempos romanos. Y avanzamos a velocidades imparables…

Más adelante en bachillerato, una compañera abandonó un examen tras vivir un ataque de ansiedad que la hizo perder el conocimiento por unos segundos. El comentario del profesor al volver a clase fue el siguiente: “cuánto cuento…” Y hace un par de días, hablando con unos amigos de medicina que acababan de hacer un examen de sutura, me contaban cómo el profesor humillaba a un estudiante en medio del examen diciéndole que era imperdonable lo que estaba haciendo, qué nunca había visto algo igual.

Asimismo, muchos padres tienen una gran preocupación por el rendimiento académico de sus hijos. Lo que me parece muy normal. No obstante, ¿qué ocurre cuando las notas no son las esperadas? ¿Es efectivo regañar, castigar, comparar o infravalorar el resultado obtenido? ¿Eso hará que mejore en el futuro? Estas preguntas son una invitación al planteamiento de otras… ¿Y si ha habido un gran esfuerzo? ¿Qué pasa con su autoestima? ¿Estará estudiando adecuadamente? ¿Cómo puedo ayudarle a mejorar?

Profesores y padres del mundo, no os tiréis encima de mí si no os sentís representados. ¡Afortunadamente muchos no actuáis así! Hay planteamientos a los exámenes llenos de creatividad, diversión y respaldados desde casa con grandes dosis de motivación y seguridad. ¡Disfrutar del aprendizaje es básico para recordarlo! Si bien, es una pena que el potencial de una persona no termine de florecer debido a un riego improductivo, e incluso contraproductivo. De la misma manera, que los frutos de un estudiante impulsado a la mejora constante desde la retroalimentación positiva pueden ser increíbles.

No nos olvidemos de que “bien aprende el que buen maestro tiene”, y como solía repetir una profesora que tuve en la universidad “si el alumno no supera al maestro, ni es bueno el alumno; ni es bueno el maestro» Enseñar es un acto de amor.

 

 

¿Para qué queremos la inteligencia emocional si ya tenemos la inteligencia artificial?

No es una pregunta a modo de broma: es la pregunta que una persona le hizo a otra que quería venderle un programa formativo de inteligencia emocional para su equipo.

Son estas cosas que a veces te hacen dudar (poco) de hasta qué punto los avances científicos y tecnológicos te dan más de lo que te quitan.

Creo sinceramente que es muy, muy pesimista, la visión de alguien que cree que el mundo actual es peor que el de hace 100 años. Por supuesto hay problemas que resolver, y surgirán otros. Pero que la globalización, la medicina, la ciencia en general, han mejorado la situación de la humanidad a lo largo de los años, resulta en mi opinión evidente.

Hoy muchos se cuestionan el futuro del trabajo, por la evolución de la robotización, por el papel de los ordenadores; por una influencia cada vez menor del pensamiento del hombre a cambio del pensamiento de los datos.

Pero me cuesta creer que la inteligencia artificial, y en general cualquier tipo de evolución tecnológica futura, haga que desaparezca la tristeza, el miedo, la ira, la alegría, la sorpresa…

Las emociones básicas humanas, son las que han sido desde hace miles de años, y han trascendido a las movimientos culturales, a los sistemas políticos, a las religiones… Llevan con nosotros toda la vida, y algunos no se enteran. Tiene pinta, además, de que seguirán con nosotros unos cuantos siglos.

Sigue habiendo personas que creen que los problemas se resuelven con derivadas, integrales y árboles de decisión. Pero seguimos poniéndonos nerviosos al hablar en público, frustrándonos cuando perdemos un partido y perdiendo los papeles cuando una persona no nos entiende o nos menosprecia.

Y lo que es más importante: seguimos dando lo mejor de nosotros, cuando nos sentimos felices, cuando hay alegrías en nuestras vidas, cuando recibimos sorpresas que nos gustan.

Así pues, bendita inteligencia artificial y 5G, que nos permita ir tooooodavía más rápido. Pero sagrada inteligencia emocional, que nos permita aprender de nosotros como seres humanos, descubriendo cómo afrontar nuestros miedos, gestionar nuestras relaciones y superar los obstáculos.

 

 

La ilusión de ser proactivo

De entre los 5 “ladrones” de tiempo que el psicólogo americano Taibi Kahler identificó en la década de los 70, destaca al llamado “apresúrate”: ¡muévete!, ¡actúa!, ¡ahora!

Peter Senge, en su fantástico libro sobre el pensamiento sistémico llamado La quinta disciplina (que debería ser de obligada lectura periódica), hace referencia a la llamada ilusión de hacerse cargo, y dice que “está de moda ser proactivo, lo que significa que hay que enfrentar los problemas cuanto antes, no esperar a que alguien haga algo”.

Pero si nuestra actuación no está basada en una reflexión previa, en una planificación a partir de las prioridades y en una comunicación con otras personas que puedan estar afectadas por nuestra actuación, los riesgos de perder el tiempo, aunque se desee justo lo contrario, son grandes.

Es fácil encontrar ejemplos de esto en el día a día: vamos a hacer la compra en un hueco libre, o porque pasamos por la puerta del supermercado, pero como no hemos hecho la lista, se nos olvidan cosas y toca volver. O como no hemos consultado con la pareja, resulta que ahora tenemos botes de tomate en la despensa como si fuera a haber una guerra…

En un ámbito profesional, el “apresúrate” se pone de manifiesto cada día, en esa respuesta irreflexiva a un correo que nos llega en copia, en esa incidencia del ordenador que nos “invita” a arreglarlo y acabamos por estropearlo más, en esa tarea que le corresponde a otros, pero la realizamos por agradar y entonces nos encontramos con la tarea realizada dos veces porque el otro pensó lo mismo.

El ladrón “apresúrate”, cobra vida en ese post-it en el que anotamos tareas a modo de check list, y que vamos tachando a medida que vamos haciendo.

Obsérvese que la intencionalidad del “apresúrate” puede ser muy positiva: querer ganar tiempo, quitar tareas a otros, querer hacer más, o más rápido. Pero como dice Senge, “a menudo la proactividad es reactividad disfrazada”. Nos ponemos las pilas para defendernos de un posible “enemigo” que nos impida responder a la tarea en el futuro, o de un enemigo que creemos que no hará lo que tiene que hacer. “Si lo hago ahora, queda hecho”, dicen los robados por este ladrón.

Pero este ladrón es agotador y descuida las prioridades, con lo cual, a la larga, lejos de ganar, perdemos. Senge recuerda que la “verdadera proactividad ha de ser un producto de nuestro modo de pensar, no de nuestro estado emocional”. Pensar antes de actuar, preguntar, comunicar nuestras acciones… Esto también es ser proactivo, aunque pueda dar lugar, tras la reflexión, a una inacción, o a un aplazamiento de la misma.