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Etiqueta: tiempo

¿Construirse despacio? Adictos al reto permanente

Vivimos momentos de gran estimulación: podemos encontrar numerosas oportunidades, vivir experiencias diversas, relacionarnos con personas diferentes, etc. El momento actual es ideal para explorar y retarse de forma constante, pero como en muchas ocasiones cuando esto lo llevamos al extremo, siendo insaciables, nos encontramos con situaciones que nos llevan a frenar en seco.

Hace unos días vivimos una de estas situaciones, donde te cuestionas si no nos estaremos haciendo adictos al reto permanente…

La Fundación Transforma  impulsa el Programa Multicompañía cuya misión es el desarrollo del talento joven. Dynamis es uno de los participantes en la edición actual aportando un mentor para trabajar con un joven talento de otra empresa, y a su vez, una persona de nuestro equipo será mentorizada por una profesional senior de otra organización.

La sorpresa llegó cuando describimos las áreas de desarrollo de los jóvenes profesionales a mentorizar, se hablaba de liderazgo, impacto en la comunicación, flexibilidad para relacionarse… pero el trasfondo de mejora era la falta de seguridad en uno mismo para tener un buen desempeño en estos ámbitos. Curioso cuando estos jóvenes han sido seleccionados por su potencial y la confianza en que puedan llegar a ser los protagonistas del relevo generacional.

Y es aquí donde nos preguntamos si es necesario construirse despacio para que un crecimiento demasiado acelerado no sea una carrera de velocidad con pilares poco sólidos.

Cuando en las organizaciones identificamos a jóvenes talentos que demuestran ganas, competencias, vinculación, queremos ofrecerles oportunidades de desarrollo y reto continuos. Además, los visualizamos como si tuvieran la madurez suficiente para gestionar los fracasos; sus inseguridades en la satisfacción de las expectativas que se han volcado sobre sus personas; por supuesto, nos sorprendería que nos pidiesen ir más despacio, ¡no se pueden desaprovechar oportunidades, no sea que no vuelvan!

¿Cuál es el coste del aprendizaje a un ritmo demasiado acelerado?, ¿quién marca el ritmo?

Es evidente que cada persona requiere un ritmo distinto pero cuando vivimos un momento donde las oportunidades son muchas, la velocidad se incrementa día a día y los objetivos son crecientes, podemos desorientarnos y olvidar que una persona se construye poco a poco, aprendiendo de cada experiencia, y que a veces más acción es menos reflexión. Aprender sin la madurez emocional necesaria, puede llevarnos a no aprovechar las oportunidades y a impulsar a profesionales con pies de barro; un espejismo miope en más de un caso.

Imagino, en más de un proceso de mentoring con estos jóvenes talentos, conversaciones para elaborar situaciones del pasado antes de abordar el presente o el futuro porque el crecimiento necesita un tempo apropiado.

 

La leyenda del último minuto

Hace unos días alguien me advertía que pedir a los jóvenes que se apunten a un evento con una antelación de dos semanas, es casi ciencia ficción. Que hoy en día, la juventud sigue la teoría del “last minute”, que no planifica, que improvisa, que se apunta (y se desapunta) a los planes sobre la marcha. Yo le respondí que no todos son así, y que en cualquier caso, esos mismos jóvenes que viven al día (o a la hora) no actúan del mismo modo cuando tienen intención de asistir a un concierto de su cantante favorito en verano, y están bien pendientes de comprar sus entradas con meses de antelación.

Es la naturaleza de la actividad (más o menos prioritaria para cada uno), su gratuitad y creo que también el carácter de la persona (más o menos planificadora) la que hace que dejemos las cosas para el último minuto, o que tengamos a bien pensar que para que mañana puedan pasar cosas, hoy tenemos (o alguien tiene) que dedicar unos minutillos a prepararlas.

No estoy seguro de que seamos plenamente conscientes de las implicaciones que tiene el “ir viendo”, apuntándome o desapuntándome a planes con cierta ligereza.

Y es que a veces creo que las personas queremos los beneficios de vivir en sociedad, de formar parte de grupos, de vivir experiencias enriquecedoras, pero no los “deberes” que eso conlleva.

El respeto por la comunidad, debería limitar (si es posible tendiendo a cero), el número de veces en que me apunto a algo y luego no voy y ni siquiera aviso. Entiendo que, al menos, las personas que siguen esta práctica, no tendrían inconveniente en que dejen de ser invitados en el futuro.

Por otro lado, sería genial que quienes improvisan sus planes sobre la marcha, fueran conscientes de que pueden hacerlo porque otros no lo hacen: que es porque hay “rígidos controladores planificadores”, que han tenido en cuenta que habrá altas y bajas de última hora, por lo que muchos eventos pueden tener lugar, en un espacio donde las personas puedan estar cómodas, viviendo un concierto o una conferencia con un ponente sugerente.

Es verdad que el mundo gira muy rápido, que hay múltiples planes atractivos, que a veces es muy difícil salirse de la vorágine, elegir… Pero precisamente por ello, tanto más importante es que dediquemos tiempo a pensar antes de actuar, que apliquemos más rigor a la hora de decidir a qué nos comprometemos y a  que pensemos en el impacto que puede tener, en nosotros y en los demás, que nos convirtamos en individuos poco fiables.

Hay cosas que no se pueden planificar: hay montones de incidencias que pueden surgir, o cambios repentinos en las prioridades, que nos obligan a improvisar sobre la marcha. Tampoco se trata de que nos volvamos unos obsesos de la planificación, entre otras cosas porque nos frustraríamos mucho. Lo que debe importarnos son las tendencias: hasta qué punto somos personas que tienden a ir “un paso por detrás”, que no llegan a tiempo, que se bajan con frecuencia de un plan al que se habían comprometido, o que pierden oportunidades por apuntarse a última hora… Llevemos las riendas de nuestra vida, con responsabilidad y respeto a quienes quieren llevar las riendas de las suyas.

 

Bendita paciencia

Palabras que habremos oído mil veces, en nuestros padres, y aún más en nuestros abuelos. Y mi impresión es que vivimos una época en la que la paciencia está infravalorada.

En este mundo nuestro, en el que todo va tan rápido, en el que “dentro de 10 minutos” ya es tarde; en el que parece que no vivirlo todo en el próximo año, hará que “se te pase el arroz”, la reflexión, la paciencia, el sembrar y regar, son actividades percibidas a menudo como pérdidas de tiempo.

Muchos lectores conocerán la historia del bambú japonés, cuya semilla se siembra y se riega y durante años no asoma ni un pequeño tallo. Y de pronto, en semanas puede crecer más de 30 metros.

Hace poco tiempo, un joven amigo (las nuevas generaciones llevan aún peor lo de la paciencia), me dijo que empezaba a trabajar en una conocida empresa y que tenía ganas. Seis semanas después me lo crucé casualmente, y me dijo que ya lo había dejado, porque había tardado poco en descubrir que aquello no era lo suyo. Hombre: está claro que si crees que estás perdiendo el tiempo, lo mejor es dejar de perderlo cuanto antes. ¿Pero cuánto tiempo se necesita para saber que una dinámica no es la que uno desea?

Me pregunto si no perdemos oportunidades de aprendizaje y de gran disfrute, porque no damos tiempo a las experiencias para se desarrollen, para que se consoliden en nuestro interior. No todo es bonito en el minuto 1. Las experiencias maduran. Muchas veces, descubrir la riqueza de una actividad, es algo que solo se alcanza cuando ya no hay tanto esfuerzo inicial, ese que se necesita para generar los hábitos. Muchas cosas son más bellas a medida que las conoces.

En algunos procesos de coaching, propongo a mis coachees que hagan un pacto con ellos mismos: que se den todo el tiempo que necesiten para tomar una decisión a la hora de elegir un camino u otro. Pero una vez tomada, les propongo que recorran el camino un mínimo de 3 meses, sin ningún juicio durante ese tiempo. Y después de 3 meses, valoramos el global. Cuántas veces ha pasado que lo que mal empieza, bien acaba. Aunque no sea así el refrán.

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Sabemos gestionar nuestro tiempo?

Estamos en plena época de exámenes, trabajos, estrés, prisas y por tanto disponemos en muchas ocasiones de poco tiempo. Pero el tiempo es el mismo, cada semana tiene los mismos siete días con sus mismas 24 horas. Nada cambia respecto a esto. Los que cambiamos somos nosotros, quienes en muchas ocasiones podemos acabar encerrados trabajando sin parar. Como se diría coloquialmente, “nos pilla el toro” y dejamos de hacer cosas importantes y que tal vez nos gustaría hacer, por cosas urgentes que posiblemente podríamos haber prevenido con anterioridad. Sí, la fecha de ese examen lleva puesta desde octubre y la entrega de ese trabajo la sabíamos desde el inicio del semestre.

Gestionar el tiempo para poder llegar a todo lo que queremos no es fácil, pero tampoco es imposible. El tiempo que tenemos siempre será el mismo, pero sí podemos cambiar la manera en la que lo gestionamos.

Planificar. Existen personas que lo planifican absolutamente todo y otras que viven la vida sin saber qué es eso de planificar. A estas últimas suele agobiarles planificar tanto. Sin embargo, esto de planificar no tiene que ser tan horrible. No significa que haya que planificar las 24 horas del día, pero si centrarnos hacia dónde queremos ir, qué tenemos que hacer, en qué plazos debemos tenerlo y lo principal de todo, cumplirlo.

Prioriza. Un gran problema de los jóvenes, y no tan jóvenes; atendemos lo que ocurre en el momento, sin pensar en si realmente es importante o no. Hay que saber distinguir entre lo que es importante, urgente y lo que puede esperar más. Y cómo sabemos esto. Pues haciendo un orden de prioridades. Podemos utilizar una matriz, organizar nuestras tareas por orden de importancia. Pero ser conscientes y determinar a qué tipo pertenece nuestra actividad nos ayudará a priorizar adecuadamente y gestionar mejor nuestro tiempo.

Delega. A veces, queremos tener el control de todo y por tanto hacerlo todo.  Además de que puede que no estés dando a los demás su sitio, estás consumiendo mucho tiempo en tareas que tal vez otras personas podrían desarrollar de manera correcta mientras que tú te centras en una tarea que tengas que realizar. Ser controlador no tiene que ser malo, pero hasta cierto límite.  Hay que saber confiar en el trabajo que pueden realizar otras personas.

Aprender a decir que no. No podemos hacer todo lo que nos pidan o que queramos hacer.  Hay que saber valorar si realmente podemos comprometernos con algo y dedicarle el tiempo que merece. Muchas veces es mejor pocas cosas bien hechas, que tener muchas sin hacer.

¿Cuánto tiempo pierdes? Whatsapp, instagram, un correo, un vídeo… Pasamos de promedio un total de 5 años y 4 meses de tiempo en las redes sociales a lo largo de nuestra vida. Podríamos correr 10.000 maratones en nuestra vida o también podemos intentar controlar ese tiempo y utilizarlo en cosas que nos aporten. Las redes sociales sirven para tenernos en contacto con nuestro entorno, pero también vemos muchísimo contenido que no nos aporta gran valor. Aprendamos a decidir qué puede ser interesante para nosotros y qué no.

Complace

…Porque no hay nada más bonito que decir sí. Ni nada más antipático que decir no… ¿O sí? ¿O es más antipático que te comas las ineficiencias de otros, los fallos organizativos a los que no se ponen remedio o la vaguería flagrante?

Tal vez el ladrón del tiempo al que es más difícil atrapar es este “complace”, que se basa en la creencia de que hay que procurar agradar a todo el mundo, y que una negativa a una petición es una fuente de conflicto y malestar. Y así nos va: de marrón en marrón…

No digo que no lo sea… ¿Pero y el malestar de tener tu propia agenda sometida a los caprichos de los que me rodean o a su caos? ¿Hasta qué punto una persona ha de condicionar sus prioridades a las prioridades de los demás?

Al menos, sugerimos que se realice una especificación previa de unas “reglas del juego”, una clarificación “en equipo” de las prioridades y con ella, que se valide también la posibilidad de decir “no” sin que ello pueda suponer una fuente de malestar.

¡Ojo! Este ladrón a veces nos invade a nosotros mismos: ocurre cuando, por comodidad, decidimos hacer antes lo que nos apetece que lo que es importante, o requiere una energía de más calidad por nuestra parte. Si hacemos esto, y dejamos para cuando estamos más cansados las tareas más complejas, nuestro rendimiento será menor y por ello tendremos que dedicar más tiempo. Así opera este maldito ladrón.

Es importante “decir no”, cuando las propias prioridades están en peligro ante las demandas de los que me rodean. Y también tenemos que aprender a “decirnos no” a nosotros mismos, cuando descubrimos que nuestra agenda está diseñada a partir de nuestras apetencias, de las cosas que más nos gustan, y no de las necesidades energéticas de las diferentes tareas. Una tarea que exige nuestra mejor concentración, ha de estar situada en momentos en los que estoy fresco, me guste o no me guste.

Por supuesto, hay otro tema que es “cómo decir no” para no ofender, convirtiendo el mensaje en una oportunidad para desarrollar una relación, compartiendo opiniones y sentimientos de manera constructiva. Pero eso ya lo explicaremos en otro post.

 

Sé perfecto

La perfección existe o eso creen algunos. El rigor en el hábito, el análisis del último dato, la mejora sin fin, un 10 de nota tras un 10 de nota… Suena muy, muy bien… ¿Pero puede ser lo mejor, enemigo de lo bueno?

Hay unos cuantos peligros detrás de un anhelo desproporcionado de perfección: el estrés, el riesgo de frustración, la parálisis por el análisis, la ineficiencia… ¿La ineficiencia? Claro: se puede ser ineficiente si uno lo hace muy, muy bien, pero necesita mucho tiempo para hacerlo. O si lo hace para alguien, y ese alguien no necesita la perfección.

Este ladrón de tiempo, muy característico de personas controladoras y exigentes, genera intolerancia a los errores, lo que dificulta la toma de decisiones, incrementa los esfuerzos y ralentiza los mecanismos de seguimiento.

Nada más lejos de nuestra intención poner coto a esa sana inquietud por mejorar cada día, progresar, conseguir mejores resultados… Pero como con todos los excesos, convendremos en que hay que tener cuidado.

Si un bombero o un médico de urgencias siguiera en todo los casos, al 100%, el protocolo o rutina establecida, paradójicamente, podría poner vidas en peligro.

Si un joven, por buscar un 10 en un examen, estudia tanto que se queda “vacío” de energía, estará más cerca de sacarlo, pero también más cerca de suspensos en otras asignaturas.

Si un comercial elabora con tanto mimo una propuesta que no la entrega en hora al no estar perfecta, a lo mejor pierde el autobús del cliente.

Creemos que es necesario buscar también la eficiencia en la excelencia: revisar si la calidad óptima vale lo que cuesta. Si es así, adelante. Y asumamos las consecuencias.

Pero reflexionemos sobre si hay momentos en la vida en que lo que toca es avanzar aunque no las tenga todas conmigo. Aunque me falten datos, aunque quisiera saber más, aunque por avanzar, tropiece con una piedra.

 

 

Dime cómo ocupas tu tiempo y te diré quién eres

La gestión del propio tiempo puede generar productividad y satisfacción personal,  también lo contrario; puede ser una fuente de insatisfacción continua. Cada vez es más frecuente que los procesos de Personal Training tengan su origen en la insatisfacción que provoca la sensación de “no ser dueño de nuestro tiempo”, como si el tiempo fuera manejado por terceros.

Si preguntas a una persona dime cómo ocupas tu día a día, qué haces y cuánto tiempo dedicas a cada actividad, descubres inmediatamente quién es. Las personas que hacen un personal training para mejorar la gestión de su tiempo, lo primero que aprenden es que cada uno decide cómo invierte su tiempo más de lo que imagina. También, que existen una serie de ideas en formato de mandato, es decir, órdenes que obedecemos sin cuestionamiento, que condicionan significativamente la gestión de nuestro tiempo si vivimos “atrapados” en alguna de ellas.

  • ¡Complace! Di a todo y a todos que sí. Una persona prisionera de este mandato, dedicará la mayor parte de su tiempo en trabajar para las necesidades de otros y dejará las propias en último lugar, incluso algunas de ellas quedarán sin hacer…
  • ¡Sé fuerte! No se puede pedir ayuda. Este mandato hace que cuando la persona está sobrecargada de tareas evite comunicar su situación y solicitar apoyo pues actuar así sería mostrarse como una persona incapaz y débil.
  • ¡Apresúrate! No pienses, actúa. Este mandato no siempre provoca insatisfacción a corto plazo pues parece que la actividad desenfrenada indica un alto rendimiento. El problema surge cuando se toma conciencia de que se está agotado físicamente pero no se ha aportado ningún valor con tanta actividad.
  • ¡Sé perfecto! No se pueden cometer errores. La consecuencia de este mandato es que cualquier tarea se prolongará todo el tiempo disponible en aras de garantizar que todo esté controlado y no haya ningún error.
  • ¡Esfuérzate! Sólo tiene valor lo que implica un esfuerzo. No es fácil huir de este mandato, parece que los trabajos tienen que ser innovadores, únicos, etc. cuando hay tareas que requieren sencillez y su valor recae precisamente en esto.

¿Por qué son tan peligrosos estos mandatos? Porque están socialmente admitidos, incluso tienen muy “buena prensa”, pero son ¡imposibles de cumplir!