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Las empresas buscan más “Da Vincis” y menos mentes cuadriculadas

Algunas de las grandes empresas de hoy, fueron constituidas por informáticos o matemáticos como es el caso de Google o Facebook. No obstante, a medida que la tecnología avanza y se vuelve más lógica, ésta empieza a, paradójicamente, carecer de humanidad. Por ello, son cada vez más los grandes empresarios, y por ende, las grandes empresas, los que defienden que la ética no debe alejarse del mundo laboral sin importar el sector en el que estemos trabajando.

La dimensión social en la que vivimos se caracteriza por un desarrollo informático desenfrenado y hoy día algunas de estas grandes empresas (como Google o Facebook) intentan, cada vez más, incorporar a licenciados en Humanidades, Derecho, Dirección de Empresas, Ciencias Políticas, Sociología o Filología…que puedan equilibrar el panorama empresarial y aportar diferentes visiones a la compañía.

Las empresas buscan a candidatos que puedan aportar una visión humanística. Se pretende que, a través de esta práctica, se pueda adquirir la sensibilidad necesaria para solucionar los problemas de las personas, sabiendo que la tecnología, aunque pueda facilitar respuestas, no puede alcanzar esta meta. Es cierto que los sueldos de los ingenieros siguen siendo los más elevados, no obstante, las grandes empresas buscan cada vez más el talento en puestos no tecnológicos y han descubierto un gran efecto positivo al empapar sus culturas empresariales de perfiles especializados en humanidades y ciencias sociales.

Ya en el año 2015, la conocida revista Forbes publicó un artículo que ponía de manifiesto cómo, en los últimos años, se había invitado a que los jóvenes estudiaran carreras de la rama científica, carreras tecnológicas, ingenierías o matemáticas (es lo que denominaron como STEM, por sus siglas en inglés). Recientemente, se ha decidido añadir al concepto, la A de Arte. La nueva concepción denominada “STEAM” es la versión 2.0 que incorpora el pensamiento creativo, defendiendo que sin creatividad no se puede llegar a un avance científico-tecnológico, o que al menos, se perderían muchas oportunidades por el camino. Por ello, a pesar de que los perfiles no tecnológicos suelan quedarse en las áreas de Marketing, Ventas o Finanzas de las empresas, son cada vez más las compañías que optan por incorporar el talento humanístico en los departamentos más tecnológicos, con el fin de que estos perfiles puedan aportar reflexiones diversas desde el inicio del desarrollo del producto.

Muchas entrevistas de trabajo empiezan con un “Cuéntame algo sobre ti que sea diferente”. Las compañías tecnológicas ya no buscan a mentes cuadriculadas. Buscan a personas que puedan fomentar un pensamiento crítico y no sólo reunir datos. Expertos como Alejandra López, Directora de Recursos Humanos de 3M Iberia sostienen que cada día nos acercamos más a un modelo “cercano a la polimatía”. Como destaca Elena Arrieta en su artículo de Expansión publicado recientemente, “La polimatía es un rasgo de la personalidad de aquellos que no tienen suficiente con una sola área del saber. Da Vinci fue pintor, escritor, poeta, músico, escultor, inventor, arquitecto, ingeniero, urbanista, botánico, anatomista y filósofo. Los expertos sostienen que la polimatía aumenta la creatividad, la resiliencia y la polivalencia del individuo, y que se puede trabajar.” Las empresas buscan cada vez más perfiles “Da Vinci” y menos mentes cuadriculadas.

 

 

 

 

¿Qué es antes la institución o la persona?

Ando enganchada a una conocida serie que además de enseñarme diferentes hechos históricos, me está haciendo pensar algunas cosas.

Su protagonista, la reina Isabel de Inglaterra, nos descubre detalles de una vida alrededor de la corona británica y todos los que la sostienen y preservan.

Durante los primeros años de reinado, Isabel se ve obligada a representar un rol para el que supuestamente estaba preparada, pero que en el día a día, parece ir más allá de la preparación obtenida y la pone frente a una realidad muy diferente a la que sus profesores describieron para ella. Allí descubre que representar a la institución, la lleva a un entramado de relaciones sociales y familiares, seguramente muy diferente al soñado.

La serie pone de manifiesto el peso de las instituciones sobre las personas y como esto nos lleva a veces a tener que hacer sacrificios, a enfrentarnos a los que más queremos y a hacer prevalecer el bien colectivo frente al bien particular,  por mucho que esto pueda doler.

Y es que las instituciones son así, organismos fundados para desempeñar una determinada labor, pero sostenidos por un entramado humano y de usos y costumbres que a veces parecen no tener alma y que tejen la vida de todo y todos los que se mueven a su alrededor.

Isabel representa de manera muy descriptiva a ese líder que en solitario ha de tomar decisiones profundas, graves, que pueden poner en juego la estabilidad de mucha gente y a aquel que recoge también los vítores y honores por la labor bien desempeñada de mucha gente invisible.

Los líderes ,dicen, no nacen, sino que se hacen. Isabel, nace y se hace y todo gracias al enfrentamiento con una realidad que va más allá de libros, profesores y doctrinas. Es ahí donde ella se cuestiona, se conoce, se descubre, se reta y se realiza.

UP

Mítica película de la factoría Pixar. Un viejito que se queda viudo e inicia el viaje que siempre quiso hacer, con la casa a cuestas, elevada a los cielos por un montón de globos llenos de helio.

Pero a medida que el helio pierde su energía inicial, la casa no logra mantener la altura, y el viejito se ve obligado a tirar por las ventanas todo aquello que pesa, para poder volver a ascender. Y así se queda con lo esencial, con aquello que merece la pena que siempre nos acompañe.

Sentirse ligero. Sacar de la mochila todo aquello que no nos deja avanzar rápido, lo que genera caos en nuestra vida. En Dynamis creemos en el poder depurativo de las mudanzas o al menos, de los cambios de mobiliario, que invitan a tirar papeles amarillentos, bolígrafos secos y recuerdos que están olvidados.

Los profesionales de éxito aprenden continuamente. Y afilan la sierra, para garantizar que están preparados para los retos cambiantes que van a ir surgiendo, muchos de los cuales son imposibles de prever.

Y como no es cierto que el saber no ocupa lugar, porque sí que ocupa, los profesionales de éxito desaprenden, se cuestionan y cuestionan. Y ello les permite tener en cuenta nuevas perspectivas, nuevas opciones de aprendizaje.

En definitiva, creemos que el mundo actual nos invita a ir ligeros de equipaje. A no acumular paradigmas, a no acumular pasado. O al menos, a convertir esas acumulaciones en píldoras sintéticas fácilmente transportables, que se interiorizan rápido pero no impiden seguir avanzando en el crecimiento personal y profesional.

 

 

Esfuérzate

Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Es un potente eslogan mil veces escuchado en determinados contextos educativos, a lo largo de muchos años. Traducido: cuanto más curras, más contento tienes que estar. Así que échale horas. Riza el rizo. No te vayas a casa si no estás cansado. O incluso aunque lo estés, sigue trabajando también. Y a trabajar aunque estés enfermo, que lo contrario es de cobardes.

Los españoles seguimos en la cola de los países menos eficientes de Europa. Algo falla en la maquinaria, porque tenemos talento y experiencia equivalente al de otros países, pero nos cunde menos. Largas jornadas de trabajo, largas comidas, largos periodos ante el televisor antes de acostarse… Seguramente, todo influye. También nuestra cultura, más relacional y más soleada que otras.

El caso es que la ciencia ya ha demostrado por activa y por pasiva todos los ritmos circadianos y biorritmos posibles. Nos enseña que los niveles de rendimiento óptimos se producen en horas determinadas, y con pautas específicas de alimentación y descanso. Pero “dar el callo” es lo que mola, sobre todo en algunos segmentos empresariales. Así que venga: jornadas interminables, con esfuerzos que todos miran pero no siempre se valoran: cansancio, estrés, desmotivación…

Es curioso cómo paradigmas que tienen buena pinta: “esfuérzate para lograr lo que te propongas”, se desvirtúan y se convierten en: “trabaja mucho para que nadie (ni tú mismo) te pueda reprochar que no te vacías”.

En cambio, todos tenemos claro, con matices, que si mi equipo se esfuerza mucho, pero no gana, el año que viene nos vamos a segunda división. Por supuesto que es difícil ganar si no te esfuerzas, pero no es difícil perder, aunque te esfuerces. Porque muchos se esfuerzan.

Valoro el esfuerzo, pero mejor si nos sirve para no irnos a segunda. Ello implica racionalizarlo, estudiarlo. Entender cómo hacerlo productivo. Descansar después de él, para poder repetirlo al día siguiente. Echar buena gasolina al depósito, para poder alimentar los caballos del motor.

Con este último ladrón del tiempo que identificó Taibi Kahler, cerramos una serie de cinco posts sobre estos usurpadores: APRESÚRATE, COMPLACE, SÉ FUERTE, SÉ PERFECTO, ESFUÉRZATE. ¿Cuál es el tuyo? Atrápalo y conseguirás que tu energía personal esté mejor aprovechada y dirigida al logro de tus propósitos.

 

 

Complace

…Porque no hay nada más bonito que decir sí. Ni nada más antipático que decir no… ¿O sí? ¿O es más antipático que te comas las ineficiencias de otros, los fallos organizativos a los que no se ponen remedio o la vaguería flagrante?

Tal vez el ladrón del tiempo al que es más difícil atrapar es este “complace”, que se basa en la creencia de que hay que procurar agradar a todo el mundo, y que una negativa a una petición es una fuente de conflicto y malestar. Y así nos va: de marrón en marrón…

No digo que no lo sea… ¿Pero y el malestar de tener tu propia agenda sometida a los caprichos de los que me rodean o a su caos? ¿Hasta qué punto una persona ha de condicionar sus prioridades a las prioridades de los demás?

Al menos, sugerimos que se realice una especificación previa de unas “reglas del juego”, una clarificación “en equipo” de las prioridades y con ella, que se valide también la posibilidad de decir “no” sin que ello pueda suponer una fuente de malestar.

¡Ojo! Este ladrón a veces nos invade a nosotros mismos: ocurre cuando, por comodidad, decidimos hacer antes lo que nos apetece que lo que es importante, o requiere una energía de más calidad por nuestra parte. Si hacemos esto, y dejamos para cuando estamos más cansados las tareas más complejas, nuestro rendimiento será menor y por ello tendremos que dedicar más tiempo. Así opera este maldito ladrón.

Es importante “decir no”, cuando las propias prioridades están en peligro ante las demandas de los que me rodean. Y también tenemos que aprender a “decirnos no” a nosotros mismos, cuando descubrimos que nuestra agenda está diseñada a partir de nuestras apetencias, de las cosas que más nos gustan, y no de las necesidades energéticas de las diferentes tareas. Una tarea que exige nuestra mejor concentración, ha de estar situada en momentos en los que estoy fresco, me guste o no me guste.

Por supuesto, hay otro tema que es “cómo decir no” para no ofender, convirtiendo el mensaje en una oportunidad para desarrollar una relación, compartiendo opiniones y sentimientos de manera constructiva. Pero eso ya lo explicaremos en otro post.

 

Sé perfecto

La perfección existe o eso creen algunos. El rigor en el hábito, el análisis del último dato, la mejora sin fin, un 10 de nota tras un 10 de nota… Suena muy, muy bien… ¿Pero puede ser lo mejor, enemigo de lo bueno?

Hay unos cuantos peligros detrás de un anhelo desproporcionado de perfección: el estrés, el riesgo de frustración, la parálisis por el análisis, la ineficiencia… ¿La ineficiencia? Claro: se puede ser ineficiente si uno lo hace muy, muy bien, pero necesita mucho tiempo para hacerlo. O si lo hace para alguien, y ese alguien no necesita la perfección.

Este ladrón de tiempo, muy característico de personas controladoras y exigentes, genera intolerancia a los errores, lo que dificulta la toma de decisiones, incrementa los esfuerzos y ralentiza los mecanismos de seguimiento.

Nada más lejos de nuestra intención poner coto a esa sana inquietud por mejorar cada día, progresar, conseguir mejores resultados… Pero como con todos los excesos, convendremos en que hay que tener cuidado.

Si un bombero o un médico de urgencias siguiera en todo los casos, al 100%, el protocolo o rutina establecida, paradójicamente, podría poner vidas en peligro.

Si un joven, por buscar un 10 en un examen, estudia tanto que se queda “vacío” de energía, estará más cerca de sacarlo, pero también más cerca de suspensos en otras asignaturas.

Si un comercial elabora con tanto mimo una propuesta que no la entrega en hora al no estar perfecta, a lo mejor pierde el autobús del cliente.

Creemos que es necesario buscar también la eficiencia en la excelencia: revisar si la calidad óptima vale lo que cuesta. Si es así, adelante. Y asumamos las consecuencias.

Pero reflexionemos sobre si hay momentos en la vida en que lo que toca es avanzar aunque no las tenga todas conmigo. Aunque me falten datos, aunque quisiera saber más, aunque por avanzar, tropiece con una piedra.

 

 

Sé fuerte

Aunque este era el texto de cierto sms que dio mucho que hablar entre Rajoy y Bárcenas en el pasado, no es a él al que nos queremos referir en esta ocasión…

Aunque podamos pensar que es más habitual el grupo humano que no ofrece su ayuda hasta que no tiene más remedio, no es menos frecuente el grupo humano que no la solicita, por muy diversos motivos.

Es interesante profundizar en el tema, porque la omnipotencia es otro de los ladrones del tiempo que Taibi Kahler descubrió allá por los años 70. El “yo puedo con todo”, “no necesito la ayuda de nadie”, “pedir ayuda es de débiles”, es un tipo de paradigma que está muy arraigado en la sociedad actual. Y es verdad que el ser humano tiene una enorme fortaleza, que a veces solo aflora en las condiciones más extremas, pero también es cierto que a menudo realizamos esfuerzos innecesarios o improductivos, que tardamos siglos en hacer algo que lograríamos hacer en unos minutos si pidiéramos ayuda.

Es un clásico el caso del padre que no quiere preguntar cómo se llega a un sitio, para poner de manifiesto a la familia su papel como “macho alfa”, y mientras no hace sino dar vueltas en círculo, perdiendo su tiempo y haciendo perderlo a toda la familia.

La acumulación de tareas como muestra de poderío, o la ejecución de acciones sin un conocimiento adecuado para evitar explicitar un desconocimiento, son comportamientos de personas a las que este poderoso ladrón les roba un tiempo precioso.

Pues no: no podemos con todo. Y no: pedir ayuda no es necesariamente síntoma de debilidad. Y sí: cuando pedimos ayuda, el otro tiene boca para decirnos que no puede ayudarnos, si le viene mal o no sabe. Así que no nos hagamos trampas, pensando que molestamos.

 

La ilusión de ser proactivo

De entre los 5 “ladrones” de tiempo que el psicólogo americano Taibi Kahler identificó en la década de los 70, destaca al llamado “apresúrate”: ¡muévete!, ¡actúa!, ¡ahora!

Peter Senge, en su fantástico libro sobre el pensamiento sistémico llamado La quinta disciplina (que debería ser de obligada lectura periódica), hace referencia a la llamada ilusión de hacerse cargo, y dice que “está de moda ser proactivo, lo que significa que hay que enfrentar los problemas cuanto antes, no esperar a que alguien haga algo”.

Pero si nuestra actuación no está basada en una reflexión previa, en una planificación a partir de las prioridades y en una comunicación con otras personas que puedan estar afectadas por nuestra actuación, los riesgos de perder el tiempo, aunque se desee justo lo contrario, son grandes.

Es fácil encontrar ejemplos de esto en el día a día: vamos a hacer la compra en un hueco libre, o porque pasamos por la puerta del supermercado, pero como no hemos hecho la lista, se nos olvidan cosas y toca volver. O como no hemos consultado con la pareja, resulta que ahora tenemos botes de tomate en la despensa como si fuera a haber una guerra…

En un ámbito profesional, el “apresúrate” se pone de manifiesto cada día, en esa respuesta irreflexiva a un correo que nos llega en copia, en esa incidencia del ordenador que nos “invita” a arreglarlo y acabamos por estropearlo más, en esa tarea que le corresponde a otros, pero la realizamos por agradar y entonces nos encontramos con la tarea realizada dos veces porque el otro pensó lo mismo.

El ladrón “apresúrate”, cobra vida en ese post-it en el que anotamos tareas a modo de check list, y que vamos tachando a medida que vamos haciendo.

Obsérvese que la intencionalidad del “apresúrate” puede ser muy positiva: querer ganar tiempo, quitar tareas a otros, querer hacer más, o más rápido. Pero como dice Senge, “a menudo la proactividad es reactividad disfrazada”. Nos ponemos las pilas para defendernos de un posible “enemigo” que nos impida responder a la tarea en el futuro, o de un enemigo que creemos que no hará lo que tiene que hacer. “Si lo hago ahora, queda hecho”, dicen los robados por este ladrón.

Pero este ladrón es agotador y descuida las prioridades, con lo cual, a la larga, lejos de ganar, perdemos. Senge recuerda que la “verdadera proactividad ha de ser un producto de nuestro modo de pensar, no de nuestro estado emocional”. Pensar antes de actuar, preguntar, comunicar nuestras acciones… Esto también es ser proactivo, aunque pueda dar lugar, tras la reflexión, a una inacción, o a un aplazamiento de la misma.

 

 

 

El propósito común en los equipos de alto rendimiento

Es una obviedad que si algo caracteriza a los equipos de alto rendimiento es la existencia de un propósito común, que va más allá de los objetivos individuales de las personas que lo forman.

El futbolista que quiere que su equipo gane el campeonato, más allá de que mete más o menos goles… El bombero que no se queda satisfecho hasta que el incendio está apagado, aunque él ya haya cumplido con su labor… El Director de Área de Compras, que no está contento si su ámbito brilla con luz propia, pero la empresa pasa por dificultades.

Una buena forma de comprobar que un grupo de personas que supuestamente ha de ser un equipo, de hecho lo es, es observar si existe ese ejercicio de generosidad que hace que los intereses y necesidades individuales, estén supeditados a los intereses y necesidades del colectivo.

Quien deja limpia su baldosa porque es su cometido, y se va corriendo mientras ve que los demás siguen trabajando con ardor para limpiar las suyas, puede estar poniendo de manifiesto sin duda una eficacia mayor, un alto rigor, energía, etc… Pero ese comportamiento es un síntoma de que ese grupo en el que se mueve, no funciona como un equipo.

Sin embargo, queremos traer a este texto algo que no suele comentarse cuando se hace referencia al propósito común como referencia para los equipos de alto rendimiento. ¿Qué pasa cuando, de manera sistemática, las personas han de renunciar a sus objetivos, necesidades e intereses individuales, para que el equipo consiga los suyos?

Esto, necesariamente, generará conflictos y entorpecerá antes o después las dinámicas internas, porque si bien el individuo “se entrega” al equipo cuando este funciona como un equipo de alto rendimiento, de hecho, no deja de ser individuo: no desaparece el elemento individual, “egoísta”, que forma parte de la naturaleza humana.

Por ese motivo, insistimos en la relevancia de que, a la hora de definir el propósito común, las organizaciones al menos tengan en cuenta cómo podrá convivir este con los propósitos individuales, de forma que la relación entre los individuos y el equipo sea más sostenible.

 

 

 

“Modo avión” o cómo estar encendido sin estar despierto

Creo que todos sabemos lo que es el modo avión… Esa funcionalidad que tienen los dispositivos electrónicos, por la cual puedes mantenerlos encendidos, pero sin conexión con el mundo, de forma que no afecte por ejemplo a la electrónica de los aviones.

Está encendido, pero no suena. No recibe ni envía mensajes…

Seguramente las personas también deberíamos tener un “modo avión”, que nos permitiera desconectar de manera coyuntural, centrarnos en nosotros mismos, reflexionar… Es desde la reflexión desde la que se puede realizar un análisis del pasado, que también permita realizar una proyección a futuro. Además, la reflexión que permite la desconexión, permite matizar las emociones y encontrar nuevos equilibrios.

Tampoco se puede vivir demasiado, en este mundo nuestro, en “modo avión”. Una desconexión excesiva, hace que podamos perdernos mucha información y que cuando volvamos a conectarnos, nos sintamos fuera de juego.

A veces me pregunto si algunas personas, se pusieron en “modo avión” hace mucho tiempo, y se han olvidado de volver a conectarse… Estas personas que viven en la vorágine, a toda velocidad, pero con poca interacción con las personas que le rodean, con el mundo que le rodea.

Hace unos días, un directivo me contaba compungido que uno de los mejores profesionales de su equipo le había dicho que se iba de la empresa, sin motivo aparente y sin haber dado señales previas. Me pregunto si esto posible, o tal vez, el directivo había pasado demasiado tiempo en “modo avión”.

Nos ocurre también con clientes descontentos, con hijos que parece que se hacen mayores de un día para otro, con vecinos a los que hemos ido perdiendo con el tiempo…

Gestionando bien el “modo avión”, es una funcionalidad estupenda. Activar el modo avión para encontrar la reflexión y el sosiego, es una medida necesaria. Mantenerlo demasiado tiempo apagado, nos aleja del mundo. Y en la era de las relaciones, esto tiene graves amenazas.

 

 

Hablar para resolver conflictos

Es de uso común ese dicho de que “hablando se entiende la gente”. Pero en sí mismo, no es una máxima que podamos aplicar en todas las ocasiones.

De hecho, en circunstancia concretas, hablar no solo no tiene por qué servir para resolver un conflicto, sino que puede servir para lo contrario.

La actitud de las partes y la limpieza del canal de comunicación entre ellas, es decisiva para convertir a la comunicación en la herramienta para resolver los conflictos. Apuntamos algunas claves:

  • Cuando los interlocutores no se respetan, o no confían entre ellos, es difícil que puedan hablar con transparencia, y eso va a generar acuerdos, si es que se generan, que van a ser inciertos en cuanto a su calidad y sostenibilidad.
  • En muchas ocasiones, la ausencia de respeto entre las partes, más que la ausencia de confianza, puede dar lugar a espacios de comunicación muy “calientes”, en los que el foco de la conversación no está situado sobre el conflicto a resolver, sino sobre las cuitas entre los intervinientes. Eso ensucia el canal de comunicación y, en el peor de los casos, lo rompe. Y si no hay canal de comunicación abierto, no hay negociación posible.
  • Cuanto partimos de un histórico conflictivo, en el que las partes no han cumplido con sus compromisos, las bases de la comunicación están deterioradas, y solo a través de una reconstrucción de las mismas, la comunicación para el acuerdo será positiva.

En nuestra experiencia, los grandes gestores de conflictos, en cualquier ámbito de la vida, son personas respetadas y que respetan, y que son muy eficaces en el cuidado de las relaciones, independientemente de que no siempre logren acuerdos. Tienen una visión de largo plazo, que permite trabajar con la filosofía de que “si no puede ser hoy, tal vez pueda ser mañana”.

¿Hablando se entiende la gente? Sí, si hay respeto entre las partes y una relación de confianza mutua, que está por encima de los diferentes puntos de vista e intereses que puedan existir.

 

 

Contra la juventud

Utilizamos el título del libro de Pablo D’Ors, para exponer nuestro punto de vista sobre esa vivencia que tienen muchas personas, que ni están a gusto como están, ni quieren otra cosa, no vaya a ser que sea peor…

En el libro se hace referencia a la crisis de muchos jóvenes, que están encantados con lo que supone serlo, pero también se rebelan contra todo lo que supone serlo. Esto es, seguramente, extrapolable a cualquier otro segmento de edad… Muchos vivimos enredados en un “ni contigo ni sin ti”, “cualquier tiempo pasado fue mejor”, “lo mejor está por venir”…

La insatisfacción por el presente, por lo que se tiene, en general por contraste con los sueños, o con lo que se querría tener o tienen los vecinos, es un problema muy serio, que genera muchas frustraciones hoy en día.

No vemos mejor remedio que la CONSCIENCIA: una reflexión pausada, profunda y sistémica, sobre nuestra realidad y sobre nuestras expectativas. Más allá del inexorable paso del tiempo, es enorme el ámbito de influencia que una persona tiene sobre la interpretación de su vivencia y sobre los pasos a dar en función de ella.

No se trata de engañarnos a nosotros mismos, anestesiándonos pensando que otros están peor o bajando el listón de nuestros sueños…

Se trata, en primer lugar, de no dejar que “pase la vida, mientras pasan cosas”, como decía Lennon. Pensando en nosotros, en cómo estamos con respecto de cómo querríamos estar, con libertad, con equilibrio, con honestidad con nosotros mismos. Sopesando lo que tenemos gracias a estar donde estamos, y también lo que perderíamos, tal vez, por estar donde no estamos.

Y en segundo lugar, se trata de apoderarnos a nosotros mismos, haciéndonos dueños, no de lo que vendrá, porque eso no depende solo de nosotros. Pero sí de lo que haremos para poder “estar” más cerca de como “queremos estar”.

Consciencia y apoderamiento: dos elementos clave para deshacer nudos y crecer desde nuestros valores, anhelos y recursos.