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Autor: Dynamis Consultores

La euforia del teletrabajo, otro ejemplo de cambio reactivo

¿Cuántas plataformas de videocoferencias nuevas has probado desde que entramos en el confinamiento?

La gran mayoría de los profesionales podríamos decir que ya nos movemos por ellas como si fueran nuestro ecosistema habitual. Es más, cada uno de nosotrxs podríamos hacer un webinar monográfico sobre el tema como usuarixs aventajadxs. Según los datos de Microsoft, las video reuniones on line están alcanzando 45.000 horas diarias en el mundo, un incremento del 200% desde mediados de marzo.

Más de una vez hemos pensado en estos días, ¿si ya estaban ahí, por qué no las usábamos? Posiblemente, nos hubiéramos evitado unos cuantos desplazamientos y las dificultades de convocatoria por incompatibilidades de agenda. ¡Qué fácil es hacerse esta pregunta ahora,  después de no haber tenido más remedio que probarlo!

Numerosos artículos en los últimos años han puesto en valor la capacidad de adaptación como un factor diferencial. Y si algo está demostrando el COVID-19, es nuestra capacidad de organización y aprendizaje ante una situación tan novedosa que muchos jamás hubiéramos imaginado vivir.

Pero una vez más se ha demostrado que el cambio reactivo es más habitual en nosotrxs que el proactivo, y que nuestra potencia para impulsar el cambio se incrementa significativamente cuando no hay más remedio porque la amenaza es demasiado grande.

Nos hemos adaptado rápido al teletrabajo y algunas organizaciones, poco abiertas, han descubierto que sus profesionales, estudiantes y otros colectivos, trabajan aunque no se les esté mirando; la “cultura de la presencia” se ha caído en un instante. El desbloqueo de una creencia tan asentada, indudablemente abre numerosas posibilidades al cambio en nuestras formas de trabajo. Ahora, el gran reto proactivo es analizar para qué y cuándo es apropiado.

Cuando se inician cambios novedosos con resultados rápidos, a veces hay una sensación de euforia o de excitación que nos puede llevar a pensar que son la panacea y a convertirlos en el modo habitual sin cuestionamiento. ¿Cómo influye el teletrabajo en la conciliación, la duración de la jornada laboral, la productividad, el consumo de recursos, el contacto humano,…? Son muchas las reflexiones y los estudios a poner encima de la mesa.

Que el teletrabajo ha tenido un impulso importante en nuestra sociedad con el confinamiento ya está demostrado. Si ha llegado para quedarse, lo demostrará el futuro.

 

 

 

 

 

 

 

El secreto está en las ganas

Un mes en casa. Confinados y confinadas, peleando contra el bicho en una guerra en la que la mejor acción es no moverse. Y ayudar así a que los héroes y heroínas se batan en combate sin tregua en los hospitales.

Y en Dynamis, donde siempre hemos creído en el aprendizaje en un aula, en una cueva, alrededor de un fuego. Oliéndonos, rozándonos, mirándonos a los ojos… ¿Qué hacemos?

Pues crear otros caminos, que no dejen jamás de conducirnos a nuestro propósito: ayudar a las personas a conocerse, si es posible en relación. A pensar por sí mismas, a encontrar sus propios recursos para tomar decisiones, para elegir sus caminos.

Un mes en casa. ¿Y qué está pasando con lxs talents de Factoría, acostumbradxs a los seminarios vivenciales de cada jueves? Pues que están sacando provecho más que nunca a los procesos de coaching. Que los equipos de proyecto son más equipo que nunca. Que ofrecemos unos casos online voluntarios, y se apuntan 23 de 23.

Lo que está pasando es que están exprimiendo al máximo la experiencia, como todas las anteriores ediciones de Factoría. Porque el secreto está en las ganas. Porque quien quiere aprender, siempre encuentra la forma. Porque lo importante es el fondo.

Recuerdo aquella frase atribuida a Aníbal, general del ejército cartaginés, que dirigió a su ejército en la imposible misión de cruzar los Alpes. “Encontraremos el camino, y si no, lo crearemos”. Importa el propósito. Y las ganas. Todos los caminos pueden ser buenos. Y disfrutarse.

El maldito bicho ha logrado que no nos olamos, que no nos rocemos, que no nos besemos. Pero no solo no ha logrado desconectarnos, sino que ha logrado lo contrario. Estamos más cerca que nunca, porque estamos los unxs en los otrxs. Nos recorremos juntxs. Y juntxs, porque queremos, seguiremos encontrando la forma de seguir aprendiendo, de seguir entregando, de seguir construyendo, de seguir sintiendo, de seguir viviendo.

 

Cuidar y ser cuidado

En estos días que tanto escuchamos la palabra cuidados y la asociamos inevitablemente al encomiable trabajo del entorno sanitario, se nos pasa por alto que existen otros muchos entornos donde no se puede perder de vista esta palabra. De hecho me atrevería a decir que es necesario tenerla presente en todos los ámbitos de la vida. Pero como este post es finito y pretende centrarse en uno solo de estos ámbitos, hablemos del cuidado de las personas en el entorno laboral.

¿Por qué? Porque muchas veces cuando nos vienen mal dadas, lo único en lo que ocupamos mente, energía, recursos y tiempo es, en salir como podamos de ese bache o mal momento en que nos vemos inmersos, perdiendo de vista otros elementos o factores que son importantes a la hora de pensar precisamente en cómo salimos del atolladero. Estos “elementos” son las personas.

Porque no debemos ni podemos olvidar que gracias al trabajo, ingenio, esfuerzo y entrega de nuestros trabajadores, hemos llegado a un punto del camino en el que probablemente no nos habíamos visualizado cuando comenzamos nuestra aventura empresarial, solos o con pocos compañeros de viaje o perteneciendo a un gran equipo empresarial. En cualquiera de los casos, todas las personas protagonistas de esos proyectos habrán tenido y tienen su peso a la hora de posicionar a la empresa en su lugar actual. En cualquier caso, independientemente de cuál sea nuestro posicionamiento en el mercado, lo que subyace a esta cuestión no es si somos TOP TEN en nuestro sector o en nuestro nicho de mercado, sino si en momentos complicados como los que vivimos, somos TOP ONE con las personas que reman a nuestro lado.

Cuando aparecen los problemas o las dificultades, las mejores soluciones provienen de la capacidad y el potencial del principal motor empresarial: las personas. Personas que no solo deben estar cualificadas para hacer su trabajo, sino también motivadas para desarrollarlo de la mejor manera posible. Y esta motivación crece o decrece cuando se gana o pierde el interés por las tareas acometidas. Para minimizar esto último y teniendo en cuenta que hoy en día, la distancia física pone a prueba la comunicación con los nuestros, hay que retar al ingenio, la creatividad y utilizar todo aquello que la tecnología pone a nuestro alcance para que esta relación bilateral no decaiga, ya que la calidad de esta comunicación, será el primer termómetro para saber si la crisis nos ha “infectado” también a nosotros.

No podemos dejar de comunicar y comunicarnos a pesar de nuestros encierros y nuestros supuestos aislamientos. Debemos mantener, ahora más que nunca, niveles óptimos de atención a nuestros trabajadores, respetar y buscar su conciliación familiar, reconocer su trabajo, fomentar su proactividad, mantener o iniciar nuevos proyectos o retos laborales que impliquen el trabajo en equipo y presentar nuevos objetivos para no caer en la rutina y la desmotivación.

Si conseguimos que nuestros trabajadores se sientan cuidados, se sepan escuchados, valorados y a gusto, su compromiso aumentará, plantearán con confianza nuevas ideas, probablemente disfrutarán de su trabajo y su rendimiento y eficacia crecerán.

Son pequeños cuidados que, como los primeros que nos recomendaron nuestras autoridades sanitarias al comienzo de esta crisis (estornudar sobre el brazo, lavarnos las manos, etc.), evitarán las infecciones y mejorarán nuestra salud y la de nuestro entorno.

SI cuidamos a los nuestros, inevitablemente seremos cuidados.

 

La educación a través de la gran pantalla

Si algo hemos ganado con el confinamiento, es tiempo. Y como muchas veces habréis escuchado, el tiempo es oro. Yo creo que el tiempo por sí mismo no es oro, es simplemente tiempo, y convertirlo en oro depende de lo que uno mismo haga con él. A continuación, os recomendamos cuatro películas que tratan sobre educación para llenar todo este nuevo tiempo de valor.

La familia Bélier: una película francesa emocionante y divertidísima sobre una peculiar familia donde, a excepción de la hija, todos son sordomudos. Ella hace de intérprete de sus padres y de su hermano. Un día, alentada por su profesor de música decide prepararse para una importante audición de canto. Una decisión que agita toda la estructura familiar,  la obliga a separarse de sus padres, a vencer miedos y a crecer.

Cadena de favores: una conmovedora película que nos enseña el valor de las acciones individuales. Uno de los profesores del colegio donde estudia Trevor, un niño de 11 años, le propone un reto: “piensa una idea para hacer del mundo un sitio mejor”. Un primer movimiento que se expandirá de manera sorprendente transformando la vida de muchas personas.

Una razón brillante: una crítica película enmarcada en el contexto universitario.  Su protagonista, Neïla es una joven del extrarradio parisino que sueña con ser abogada, y para ello, estudia en una de las mejores universidades de París. Una propuesta cinematográfica de gran virtud dialógica que nos enseña el poder de la reflexión, la autocrítica y el coraje para ir más allá de lo establecido.

Captain Fantastic: una excéntrica película que trata sobre una familia formada por un padre y sus seis hijos quienes viven en medio del bosque, alejados de la civilización, con una educación anticapitalista y de supervivencia. Un giro en los acontecimientos hará que tengan que cambiar su forma de vivir y volver a la ciudad. Un film controvertido que nos plantea la siguiente pregunta: ¿se puede educar y vivir al margen del sistema?

Cuatro películas que personalmente no me dejaron indiferentes y que os invito a que veáis de una manera activa y creativa, proponiendo un posible debate con vuestras familias o amigos. Porque como he dicho al principio de este texto, convertir el tiempo en oro, plata, bronce… o en definitiva, en un bien preciado, está en cada una de nuestras manos.

 

 

Aplausos que son origen

Salimos todas las noches a aplaudir a las ocho a las ventanas. Dejamos todo para recuperar lo que siempre hemos tenido: nuestras manos y la mirada. Quizás hemos infravalorado el poder de esas manos y la mirada de conexión con los vecinos. También hemos dado por sentado a esos héroes sin capa a los que se dirigen esos aplausos, porque teniéndolos siempre, no los hemos valorado lo suficiente. Todo esto siempre ha estado ahí y ahora le damos valor.

Pienso como un acto tan pequeño ha logrado extenderse a todas las casas de España. Ciertas personas iniciaron un movimiento que, como un gran contagio, se extendió sin freno. Cada día, a las ocho, da luz y fuerza en varios países que luchan cada día en uno de los episodios mas complejos de la historia global. Las personas que lo iniciaron no son conocidas. Pero quizás, lo que les importa es el movimiento que es motor más allá de ellos mismos.

Viendo este movimiento y otras iniciativas que han surgido, te pregunto: ¿son estos aplausos originales? Si analizamos la historia, la originalidad se ha entendido de formas muy diferentes. En el Renacimiento o el Barroco era mantenerse firme a los orígenes, respetar y continuar los planteamientos clásicos. Desde el Romanticismo surgió otro entendimiento que la asociaba al atrevimiento, la renovación y la ruptura. Es este último significado el que hemos integrado desde entonces. Ahora, la innovación se asocia con la novedad, apartarse de lo ya existente para crear algo espontáneo, diferente. Pero, ¿y si estamos perdiendo algo con esos dos significados?

Originalidad se forma, según la etimología, de “origen”. Esta palabra viene a su vez del latín “origo”, que significa “comienzo” y está ligada a la palabra “oriente”,  la dirección donde nace el sol cada día. Jesús Alcoba, autor del libro Génesis, cuenta que las grandes ideas de la humanidad son aquellas que generan un movimiento que da pie a muchas otras ideas y acciones. Es decir, son origen de otras creaciones, se extienden por generaciones, fronteras y por la historia.

Ahora, te pregunto de nuevo: ¿hay originalidad en estos aplausos? Se han extendido como un virus replicándose en diferentes países, emocionando a personas de todas las generaciones, profesiones, y personalidades. Quizás, han generado otros movimientos solidarios, como los aplausos entre policías y sanitarios, siendo origen de más emociones, acciones, ideas y reflexiones. Los creadores pusieron su creatividad al servicio de su generosidad, creando a través de esta un movimiento que ha ido más allá de ellos mismos. Una ola de solidaridad y unión que nos recuerda durante unos minutos que somos más que nosotros mismos, que podemos impactar desde nuestro metro cuadrado, que no debemos infravalorar el valor de los pequeños gestos, que nos anima a usar más las manos y la mirada. Pensamos en la originalidad como lo disruptivo, pero quizás esa palabra se nos atragante ahora que ser generosos es mucho más necesario que romper. Ahora que ser origen unidos es lo que el mundo nos grita en silencio.

Sistemas

Recuerdo a menudo esa frase lúgubre de Hemingway, en la que dice que cuando oigamos doblar las campanas, no preguntemos por quién doblan, porque de hecho están doblando por cada uno de nosotros.

Esta idea de la existencia de un hilo que nos une, que todo lo conecta, que somos “uno”, estaba ya muy arraigada en nuestros antepasados. Y existen algunas historias, quizás leyendas, de cómo antes de que nuestro mundo fuera un mundo global, ciertas cosas que pasaban en un lugar, afectaban también a otras partes muy lejanas entre sí.

Leí en cierta ocasión una historia sobre dos variedades de pájaros muy similares, los petirrojos y los azulejos, que tuvieron una trayectoria evolutiva distinta debido a la diferente forma de vivir de unos y otros. Como no soy experto en la materia, no podría decir cuánto de verdad hay en ello, aunque la historia es preciosa y, desde luego, muy creíble. Por lo visto, los petirrojos son aves muy sociales, que viven en comunidad, y además, tienden a cambiar de comunidad a lo largo de su vida. Los azulejos son más estables, y no cambian de comunidad.

Pues bien, por lo visto, existen evidencias de cómo una de las especies ha evolucionado más rápido que la otra, al compartir sus miembros los “aprendizajes” adquiridos en otras comunidades. Cuenta la historia, por ejemplo, cómo los petirrojos aprendieron a abrir el tapón y beberse la leche que antiguamente se dejaba a la puerta de las casas. Y cómo en un plazo de tiempo corto, otros petirrojos en otras partes empezaron a hacer lo mismo.

Sea la historia realidad o ficción, parece indudable que las conexiones entre los miembros de un sistema, y la oportunidad de que los miembros de ese sistema “vuelen” para dar y recibir, mejora el aprendizaje e impulsa la evolución y el cambio.

Pero creo que hay una variable  que no debemos perder de vista: no es solo la conexión, la que genera la sinergia. No es solo “volar”  de grupo en grupo lo que permite que el aprendizaje se produzca. Es necesaria la porosidad de cada individuo para aprender, y la generosidad de cada individuo para compartir su conocimiento. Si el individuo no alimenta el sistema, el sistema no alimentará al individuo.

Si algo cuidamos en Factoría de Talento a la hora de realizar la selección, es elegir jóvenes con porosidad y generosidad. Que tengan disposición a aprender y sean generosos para compartir su conocimiento y difundirlo mucho. Ese “virus” del aprender y compartir, sí queremos que sea muy contagioso.

 

No se ha parado el mundo, funcionamos de forma diferente

¿Quién nos iba a decir a nosotros que nos encontraríamos mayoritariamente recluidos en casa, trabajando hasta la extenuación para cuidar a los enfermos, ideando iniciativas para cubrir las necesidades de los que tienen dificultades para salir de casa, promoviendo iniciativas de cánticos grupales, etc.? El COVID-19 nos ha llevado a todos a las escenas de una vida no imaginada hasta el momento.  ¡Ni la mejor serie de ficción nos haría sentirnos protagonistas de forma tan vívida!

Esta serie de no ficción tiene otros dos protagonistas, la tecnología y un viaje al pasado.

¿Imagináis esta coyuntura sin las múltiples posibilidades de comunicación que ofrece la tecnología? Somos una especie social y la interacción es una necesidad básica para nosotros. ¡Esto lo tenemos cubierto! Si bien es cierto, la brecha tecnológica está haciendo que una parte de nosotros esté teniendo un doble aislamiento, el físico y el tecnológico.  Tal vez, el acceso a la tecnología tras esta crisis nos haga catalogarla como necesidad básica para cualquier ciudadano.

Muchos de vosotros habréis leído el libro Sapiens de Harari. En él se describe una época anterior a la revolución agrícola, la que denomina revolución cognitiva, hace 70.000 años en la que los sapiens (nuestros abuelos más ancianitos) tuvieron que “hacer piña” porque físicamente eran mucho más vulnerables que las otras especies con las que compartían espacio. Esta revolución implicó nuevas formas de pensar y de comunicarnos por cambios en las conexiones cerebrales; un lenguaje de producción infinita donde surgió el “chismorreo” (importantísimo para conocer nuestro sistema social, por ejemplo, en quién se puede confiar y en quién no) y compartir información. Y una forma de pensamiento que nos permitió hacer ficción, crear mitos, o relatos como se ha popularizado el término; cuando un gran número de sapiens que no se conocen ente sí, comparten una idea pueden coopera con éxito y trabajar en equipo de forma organizada y colaborativa.

¿Nos suena esta última parte? Parece que el COVID-19 nos ha impulsado a muchos de nosotros a recordar que la colaboración y el alineamiento es nuestro diferencial como especie. Y que tenemos una capacidad adaptativa para cambiar de relato cuando es necesario, impresionante. Somos capaces de revisar rápidamente un comportamiento ante un entorno que cambia aceleradamente y transitar en cuestión de días, como nos ha ocurrido ahora, de un entorno competitivo a otro más colaborativo. La revolución cognitiva nos imprimió la huella de que un relato compartido nos hace más fuertes: #yomequedoencasa, #este virus lo paramos unidos, etc.

Tenemos muchos interrogantes por delante. Aquí va uno de ellos, ¿esta crisis nos llevará a poner en valor las alianzas para volver a poner a las personas y al planeta en el centro como promulga el ODS número 17? Tal vez, continuemos funcionando de forma diferente, como nos ha enseñado el COVID-19,  y cambiemos el relato   

 

 

 

Una educación más humanizada y menos robótica

La semana pasada en Dynamis tuvimos una jornada de formación interna sobre la que llevo reflexionando varios días. El tema en cuestión fue la Inteligencia Artificial.

La velocidad es uno de los rasgos característicos de nuestro mundo. Este ritmo está generando que dos épocas se entrecrucen y diferentes generaciones convivan en un mismo momento histórico. Me pregunto qué consecuencias puede tener esto en la estructura de una sociedad. El avance de la Inteligencia Artificial es una realidad y en pocos años lo será mucho más. ¿Cómo nos vamos a adaptar a este nuevo contexto digital? Desde mi punto de vista es fundamental que podamos entenderlo. La incomprensión, confunde y genera incongruencias.

Muchas son las noticias que dicen que las máquinas van a poner en peligro el empleo. Y es cierto que el trabajo especializado, repetitivo, y en el que se manejan datos pasará a estar en otras manos. Por ello, me parece clave el papel presente de los sistemas educativos. Pero, ¿cómo conseguir que la educación vaya al mismo ritmo que la tecnología? De la misma manera que hemos sido capaces de desarrollar máquinas inteligentes: trabajando en ello.

Contradictorio es que las bases de nuestro sistema educativo sean la repetición de ejercicios, la especialización o la memorización de datos. Estamos aprendiendo a hacer aquello que precisamente las máquinas ya pueden hacer por nosotros. Sin embargo, las máquinas nunca podrán superarnos en nuestras habilidades para cruzar cosas aparentemente diferentes, para ser creativos, empáticos o para adaptarse a escenarios impredecibles.

¿Por qué no estamos aprendiendo aquello que es propio del ser humano y nos diferencia de las máquinas? Es decir, habilidades como la inteligencia emocional, la innovación para tener la capacidad de resolver problemas que no hayan ocurrido antes, la creatividad para generar ideas nuevas, las habilidades interpersonales para poder complementarnos con personas que piensan diferente a nosotros o el pensamiento crítico, entre otras.

Desde mi punto de vista, el salto educativo llegará cuando la sociedad (civil y política) sea visionaria, y entienda que la formación que nos era válida en el pasado ya no lo es en el presente, y mucho menos en el futuro. En este sentido, quiero destacar la iniciativa de la Fundación Cotec, mi empleo mi futuro,  para sensibilizar  sobre la importancia de acompañar con iniciativas políticas la llegada de la cuarta revolución industrial. ´

 

 

Piscinas

Un mes después de empezar la séptima edición de Factoría, ya empiezan a verse rasgos comunes de esta nueva generación, ese sello de identidad o común denominador que parece que todos los grupos humanos necesitan para generar ese sentimiento de tribu, de pertenencia a una comunidad.

Esta generación parece haber decidido que el mundo se puede acabar mañana, y que por lo tanto beberse “a sorbitos” la experiencia de Factoría de enero a junio, es un enorme riesgo. Muchísimo mejor bebérselo de un trago, por lo que pueda pasar. Llevamos cuatro semanas de muchísima intensidad, de enorme apertura a sentir emociones, a “abrir melones” y a ponerse en marcha para gestionarlos.

Esta predisposición al aprendizaje, a vivir la experiencia al máximo, es por supuesto más positiva que negativa (expande tu mundo). Pero claro, como decía una de las inscripciones en el Oráculo de Delfos, “nada en exceso”. También es posible atragantarse de descubrimiento, de conocimiento. Darse una vuelta a uno mismo, y darse una vuelta por el mundo, es un ejercicio que puede marear, si lo haces demasiado rápido. Si no hay reflexión antes de la acción.

Dicen los expertos que hablan de la sensación de fluidez, que las experiencias más maravillosas son aquellas en las que las variables espacio y tiempo carecen de importancia. En las que te dejas llevar, a partir del ritmo real que tu cuerpo y tu mente necesita. Pero esto no significa no pensar. O no parar de hacer. Significa moverse por algo (sin destino) o hacia algo (un destino más o menos concreto), por caminos que pueden ser largos o cortos. Y el que sean buenos, no tiene que ver con que sean largos o cortos. Sino con cómo de bien te sientes, o cuál es el sentido que le das al camino.

De este modo, un camino largo, bebido a sorbos pequeños, puede ser la mejor opción para alguien. Como también beberse todo de un trago. Nada es bueno o malo “porque sí”, desde el punto de vista de las experiencias. No es mejor tirarse a la piscina sin saber cómo está el agua. Tampoco es mejor dedicar 30 minutos a ir metiendo los deditos, los pies, las piernas. Hasta que te sumerges por completo.

¿Cómo fluyes tú?

 

¿Construirse despacio? Adictos al reto permanente

Vivimos momentos de gran estimulación: podemos encontrar numerosas oportunidades, vivir experiencias diversas, relacionarnos con personas diferentes, etc. El momento actual es ideal para explorar y retarse de forma constante, pero como en muchas ocasiones cuando esto lo llevamos al extremo, siendo insaciables, nos encontramos con situaciones que nos llevan a frenar en seco.

Hace unos días vivimos una de estas situaciones, donde te cuestionas si no nos estaremos haciendo adictos al reto permanente…

La Fundación Transforma  impulsa el Programa Multicompañía cuya misión es el desarrollo del talento joven. Dynamis es uno de los participantes en la edición actual aportando un mentor para trabajar con un joven talento de otra empresa, y a su vez, una persona de nuestro equipo será mentorizada por una profesional senior de otra organización.

La sorpresa llegó cuando describimos las áreas de desarrollo de los jóvenes profesionales a mentorizar, se hablaba de liderazgo, impacto en la comunicación, flexibilidad para relacionarse… pero el trasfondo de mejora era la falta de seguridad en uno mismo para tener un buen desempeño en estos ámbitos. Curioso cuando estos jóvenes han sido seleccionados por su potencial y la confianza en que puedan llegar a ser los protagonistas del relevo generacional.

Y es aquí donde nos preguntamos si es necesario construirse despacio para que un crecimiento demasiado acelerado no sea una carrera de velocidad con pilares poco sólidos.

Cuando en las organizaciones identificamos a jóvenes talentos que demuestran ganas, competencias, vinculación, queremos ofrecerles oportunidades de desarrollo y reto continuos. Además, los visualizamos como si tuvieran la madurez suficiente para gestionar los fracasos; sus inseguridades en la satisfacción de las expectativas que se han volcado sobre sus personas; por supuesto, nos sorprendería que nos pidiesen ir más despacio, ¡no se pueden desaprovechar oportunidades, no sea que no vuelvan!

¿Cuál es el coste del aprendizaje a un ritmo demasiado acelerado?, ¿quién marca el ritmo?

Es evidente que cada persona requiere un ritmo distinto pero cuando vivimos un momento donde las oportunidades son muchas, la velocidad se incrementa día a día y los objetivos son crecientes, podemos desorientarnos y olvidar que una persona se construye poco a poco, aprendiendo de cada experiencia, y que a veces más acción es menos reflexión. Aprender sin la madurez emocional necesaria, puede llevarnos a no aprovechar las oportunidades y a impulsar a profesionales con pies de barro; un espejismo miope en más de un caso.

Imagino, en más de un proceso de mentoring con estos jóvenes talentos, conversaciones para elaborar situaciones del pasado antes de abordar el presente o el futuro porque el crecimiento necesita un tempo apropiado.

 

Una reflexión sobre las formas de aprender

Desde que somos pequeños en el colegio entendemos que para avanzar hay que aprobar exámenes, y para aprobar exámenes hay que estudiar. Lo que he descubierto a lo largo de mi vida es que existen tantas maneras de estudiar como personas hay en el mundo, y que no todos tenemos los mismos mecanismos de aprendizaje. El estudio se puede convertir en una tarea muy tediosa cuando se hace incorrectamente. ¿Te gusta estudiar? Si respondes sí a esta pregunta me atrevo a decir que vas por el camino correcto o que has tenido suerte con el camino. Si tu respuesta es negativa, te hago otra pregunta, ¿te gusta aprender?

Si te gusta aprender, pero no te gusta estudiar creo que es un buen momento para que mires desde fuera cómo y qué estás haciendo para estudiar. También sería interesante revisar el sistema educativo en el que has aprendido a estudiar para replantearse (sus) técnicas, y por lo tanto también las tuyas. Aunque creo que muchas cosas están cambiando, nuestro sistema de enseñanza se basa en la teoría y su principal mantra es la memorización. ¿Qué ocurre con las personas que aprenden más fácilmente a través de la experiencia? Sería sencillo suponer que tendrán que hacer esfuerzos más grandes para conseguir resultados, y como consecuencia de ello, se perciban como estudiantes a los que les cuesta más.

Hace unas semanas quedé con un grupo de amigos para jugar a un juego de mesa. Escuché atentamente las reglas del juego, leí con mucha concentración varías veces las instrucciones y a nada estuve de sacar papel y bolígrafo para hacerme un esquema (que de poco hubiera servido). Nos pusimos a jugar y durante la primera ronda no dí ni una, no entendí nada del juego, y para qué negarlo me sentí algo tonta. Como ya me conozco en estas situaciones, a lo largo de la partida interrumpí con cierta frecuencia para hacer preguntas sobre la mecánica del juego.

¿Os imagináis qué me ocurrió en la segunda partida? Había entendido perfectamente el juego: había aprendido a jugar. A diferencia de las otras personas que lo entendieron con las instrucciones, yo necesité experimentarlo y vivirlo.

Con esta anécdota quiero destacar el valor de la diversidad y abrir interrogantes sobre la existencia de escenarios que conciencien sobre ella. Específicamente dentro de las aulas de colegios y universidades para que los estudiantes no repliquen patrones que no les identifican y encuentren los propios, en el campo del estudio, y en general en el de su identidad. Porque estudiando también se construyen personas.

A mí siempre me ha gustado ver los apuntes de mis amigos. ¡Unos tan distintos de otros! Esquemas llenos de símbolos, líneas, abreviaturas… Textos llenos de colores diferentes, mapas mentales… He utilizado técnicas de estudio muy diferentes según la edad que tenía o la materia que estaba estudiando. Más o menos visuales, con más o menos repetición o buscando más o menos la aplicación práctica de los libros y textos. Pero, ¿sabéis cuál ha sido el primero paso para llegar a generar estas técnicas de estudio? Poder responder a la siguiente pregunta: ¿y yo de qué manera aprendo mejor? Solo así pude deshacerme de aquello que no me servía y empezar a buscar lo que sí, asumiendo mis limitaciones y tratando de encontrar soluciones creativas.

El baile creativo de abrir y cerrar

Un proceso creativo es como un baile, un movimiento que va oscilando entre la divergencia y convergencia de la mente. Tienes que saber cuando dar cada tipo de paso. O mejor, tienes que sentirlo para captar cuándo es el momento. Uno de los problemas que nos encontramos al ser facilitadores en procesos de innovación es que los equipos no saben leer cuándo es necesario aplicar cada habilidad. Crear no es poner post-its, es entender este baile.

El pensamiento divergente consiste en abrir. Al pensar en la creatividad lo primero que viene a la mente son ideas, respuestas. Pero los grandes innovadores pasan la mayor parte del tiempo encontrando preguntas. Ser creador es ante todo ser explorador. No podemos ser críticos si no hemos metido previamente vivencias ricas en la mochila. Para poder crear con valor, antes debemos descubrir los matices, encontrar colores diversos, escuchar otras voces. Necesitamos ir más allá de nuestra burbuja, de las posiciones extremas, de lo convencional, de lo superficial, desafiando nuestras propias suposiciones. Para ser explorador antes que juez debemos poseer humildad para indagar en lo desconocido y no ser encadenados por nuestras sesgadas opiniones.

El pensamiento convergente supone cerrar. Una vez tengamos un mundo múltiple ante nosotros, es el momento de elegir. Necesitamos seleccionar para encontrar soluciones concretas que transmitan y transformen. Hace falta crear un camino que aporte valor a otros, trazar un rumbo que genere dirección. Abrir hace que de forma natural te acabes perdiendo en algún punto del proceso y por eso es vital tener la capacidad de volver a encontrar el foco. Ahora si, el espíritu crítico juega su papel esencial, para ayudarnos a analizar y priorizar. Pero cuidado: sin franqueza y confianza la crítica solo será una batalla de egos. Al crear un entorno donde esos dos ingredientes sean elevados, la colaboración crítica alcanzará su máximo nivel. Con ello, las grandes innovaciones.

Encontrar el balance entre ambas habilidades no es fácil. Primero, porque muchos no las han desarrollado. Aquellos que se han impulsado a entrenarlas, tendrán la capacidad de saber leer de forma intuitiva cuándo usar cada una. Como un baile, sabrán de forma natural cuándo introducir cada paso. Además, por nuestra personalidad y vivencias, cada uno tenemos una tendencia natural a un tipo de pensamiento creativo diferente. Solo trabajando en equipos diversos en mentalidad podremos multiplicar la capacidad creativa.

Aún habiendo desarrollado esas habilidades y teniendo un equipo diverso, crear supone que al fluir, te pierdes. Por ello, es vital tener ojos que te ayuden a tener una visión global y te den luz en el proceso. El rol de los facilitadores y líderes debe ser crear un entorno saludable donde pueda ocurrir este baile, vigilar lo que debilite este ambiente y ensamblar formas diversas de pensar. Su papel debe ser transmitir la filosofía y ofrecer feedback ante los pasos de baile, sabiendo al mismo tiempo mantenerse alejados para crear espacios abiertos donde se pueda bailar con autonomía. Porque este baile creativo es una balanza entre guía y libertad. Crear no va de herramientas, sino de mentes.