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Etiqueta: aprendizaje

Talentos ocultos

En 1940, Gillian era una estudiante muy problemática en el cole. Sus profesores estaban desesperados con su actitud indolente y conflictiva. Pidieron a sus padres que la llevaran al psicólogo, pues consideraban que podía haber algún tipo de trastorno. Sus padres, asustados, fueron obedientes y la llevaron a uno, que en la primera charla, se puso a hablar con Gillian de una manera casual, divertida, sobre las cosas que le gustaba hacer los findes, o cómo serían unas vacaciones ideales… La niña se fue sintiendo cada vez más cómoda y la conversación se alargó más de una hora.

En un momento dado, el psicólogo la dijo: «Gillian, voy a salir un momento a hablar con tus padres, pero tú quédate aquí mirando los libros o haciendo lo que quieras». El psicólogo invitó a los padres a salir de la sala, pero antes, puso un poco de música para Gillian. Al salir, llevó a los padres a una ventana, y les pidió que miraran lo que ocurría dentro, sin que Gillian les viera.

La niña se había puesto a bailar de una manera maravillosa, y todo su lenguaje no verbal delataba felicidad. El psicólogo dijo a los padres: «su hija está perfectamente. Baila como los ángeles. Llévenla a una academia de baile». Con el tiempo, Gillian Lyne se convirtió en una de las bailarinas y coréografas más importantes del siglo XX, famosa por haber diseñado los musicales de Cats y El fantasma de la ópera.

Esta historia la cuenta Sir Ken Robinson en «El elemento», su libro más conocido. Y me parece un ejemplo fascinante de lo que ocurre cuando alguien identifica su talento y encuentra la forma de hacerlo brillar. Mucha gente necesita ayuda para hacerlo. La sociedad no siempre facilita que los niños y los jóvenes descubran sus talentos ocultos. Algunas personas, como Paulo Coelho, superó por sí mismo todas las resistencias, y exploró el talento de la escritura que había en él y le apasionaba. Otras personas no son conscientes de sus talentos por sí mismas y necesitan las miradas de otras, como la madre de Thomas Edison, que creyó en él cuando nadie lo hacía.

Me preguntó cuántos talentos quedan ocultos porque nadie les da luz. Y cuánto pierden las personas y la sociedad por todo ello.

Dejarnos y dejar evolucionar

El mirarnos con perspectiva es una actividad bastante común cuando llega el final de un año. ¿Quiénes somos a 31 de diciembre? ¿Quiénes éramos el 1 de enero? ¿Quiénes queremos ser el 31 de diciembre del año al que ahora damos comienzo? Establecemos propósitos, introducimos cambios. Todo nacido de un afán de mejorar: queremos evolucionar.

Pero no es solo que queramos evolucionar, es que existir significa estar en continuo cambio. Coincidimos todos en que la niñez es un periodo de evolución abismal: aprendemos a dar los primeros pasos, a hablar, a reconocer a quien está a nuestro alrededor, a hacer un número muy amplio de movimientos y acciones por primera vez. Sin embargo, al transitar la juventud, se nos empuja a encontrar un camino, a perseguir la tranquilidad, a tener el objetivo de aferrarnos a alguien y a un lugar. Conforme nos vamos haciendo adultos, es frecuente que nuestro entorno se sorprenda si cambiamos de dirección, de idea, de opinión o de rumbo. Quizá porque creemos que la identidad se construye de nuestras elecciones, nuestros pensamientos y nuestras opiniones más que de nuestros valores. Y quizás también porque creemos que la búsqueda y el desarrollo de la identidad tiene un final. Hace poco encontré en un libro la siguiente frase: “si miras atrás y no piensas <<qué estúpido era hace un año>> es porque no has aprendido mucho en el último año”.

Cambiamos día a día. Esto se ve en el ámbito científico de manera muy clara: lo que hoy sabemos que es cierto, puede que mañana se vea ampliado, matizado o que incluso deje de ser cierto. A mí, personalmente, a veces me cuesta ponerme en la mente del científico. Me cuesta mirar a mi yo de hace uno, dos, tres o diez años. Me cuesta verme en vídeo. Volver a abrir mis trabajos. Releer las palabras que utilicé en un escrito de hace algún tiempo. Me cuesta pensar que dediqué cuatro años a una carrera que ha dejado de interesarme tanto. Pero de ahí también nace querer grabarme de nuevo, seguir escribiendo, explorar nuevas áreas de conocimiento. Dice el diseñador Miguel Milá en su libro “Lo esencial”: “Me metí en el mundo del diseño sin saber lo que era el diseño. En realidad, todavía no lo sé. No lo sé porque creo que el diseño va cambiando. Por eso yo, con el tiempo, voy redefiniendo la idea que tengo sobre el diseño. Es decir, he aprendido a vivir con pocas certezas. También a administras esas pocas verdades”.

Aceptar que existen pocas verdades nos hace ser conscientes de que tan importante es asumir que nuestra evolución es constante como dejar evolucionar a aquellas personas a las que acompañamos. Dejarles experimentar sus propias vivencias, cometer sus propios errores, sacar sus propias conclusiones, llegar a sus propias verdades. Termina Miguel Milá el prólogo de su libro con lo siguiente: “Con ochenta y ocho años esto es lo que pienso. Que quede claro que puedo cambiar de opinión”. Y es que, sin importar la edad, la generación o la etapa vital, lo único que podemos dar por certero es que nunca dejamos de evolucionar, tengamos o no propósitos de año nuevo.

Echamos de menos los pinchos de tortilla

El aprendizaje contante es garantía de vitalidad desde la perspectiva del bienestar. Piensa el tiempo que dedicabas en tu infancia a explorar el mundo e incorporar nuevas habilidades y saberes; un niñx quieto durante mucho tiempo puede levantar las alarmas de un posible problema o enfermedad.

En las personas adultas, el pragmatismo nos lleva a ver el aprendizaje constante como garantía de empleabilidad. La probabilidad de quedarse obsoletos no solo es cada vez mayor sino cada vez más rápida.

Si el aprendizaje constante no tiene cuestionamiento en el momento actual, si lo tienen las formas de aprender. ¿Cuáles han sido los resultados de la formación en 2020?, ¿cuánta formación ha tenido que ser aplazada por la pandemia?, ¿cuáles son los niveles de satisfacción de la formación en entorno virtual?, ¿cuál es el pronóstico para el 2021 y en adelante? En el encuentro anual de formadores internos de la empresa Cellnex se pusieron sobre la mesa estas cuestiones y muchos datos.

Paradójicamente, los resultados objetivos de Cellnex nos dicen que la formación ha tenido muy buenos resultados, e incluso, algunos indicadores como la satisfacción han subido, pero se “echan de menos los pinchos de tortilla”.

La expresión fue palmaria cuando uno de los formadores la compartió y numerosas personas la secundaron. Que la formación que tradicionalmente se ha impartido en las empresas es más que transmisión de conocimientos y entrenamiento, ya lo sabíamos. De lo que no éramos tan conscientes es de que los descansos, las comidas, las dinámicas grupales… que en muchas ocasiones las vivimos como un mal necesario para “tomar aire”, son momentos de socialización espontanea para ponerse cara, compartir experiencias, conectar información, etc. y ahora tienen un valor explícito.

El aprendizaje constante es un impulsor que nos lleva a explorar con apertura cualquier experiencia para adquirir nuevos conocimientos y habilidades. El despliegue de los planes de formación en el ejercicio pasado ha sido todo un reto para muchas organizaciones, y como en el caso de Cellnex, se reaccionó muy rápido migrándolo al entorno virtual y se pudo completar con éxito. Pero tenemos que preguntarnos si tal éxito es completo pensando en el futuro.

Nos hemos movido de entorno, de la formación presencial a la virtual, pero ¿hemos aprendido o simplemente hemos replicado el modelo en un escenario diferente? La formación presencial y la virtual tienen numerosas diferencias y las une el objetivo, cualificar. Ahora sabemos explícitamente que la gestión del conocimiento interno necesita los momentos “pincho de tortilla”. Si realmente queremos aprender de esta experiencia, hazte la pregunta ¿qué puedo hacer para que en la formación virtual también encontremos lo que hasta ahora nos daban los pinchos de tortilla?

¿Existe el bien común?

El bien común es un concepto que surge en el marco de un proyecto económico abierto a las empresas y promovido por el economista austríaco Christian Felber que pretende implantar y desarrollar una verdadera economía sostenible y alternativa a los mercados financieros en la que necesariamente tienen que participar las empresas.

La oportunidad de participar en los últimos meses en un proyecto colaborativo basado en los principios de la economía del bien común, me han hecho pensar en el sentido de este tipo de modelos de participación ciudadana, máxime en un tiempo como el que vivimos.

No hay forma de entender estos modelos sin valores como la generosidad, la disposición a aprender o el compromiso. Este último, en un doble sentido: el compromiso con la sociedad, que nos invita a salir de nuestra burbuja. Y el compromiso con nosotros mismos, integrando en nuestra agenda una actividad que se sale de los cánones de la más pura economía financiera, en la que el tiempo se invierte solo si es rentable.

Por ser estos los valores que subyacen, es fácil encontrar en estos modelos colaborativos a personas especiales, de las que amplían tu mirada y te ayudan a dar luz a las flores que hay en los bordes del camino, fuera de él.

Pienso, eso sí, lo complejo que es embarcarse en uno de estos proyectos, que exige una renuncia a los intereses individuales en tanto no están supeditados a los objetivos comunes. En un mundo en el que demasiada gente considera que todo está bien cuando se gana, pero perder se lleva fatal, los valores del bien común encajan con dificultad.

Pero es que además, no me parece sencillo definir qué es eso del bien común, y es de lo que considero que hay que partir. Ese grupo de personas solidarias han de empezar definiendo cuál es el ámbito de influencia en el que desean actuar, y qué significa exactamente para ellas bien común. En caso contrario, es fácil que la utopía, en lugar de potenciar el movimiento, lo frene.

Y luego está el problema de la responsabilidad personal. Este tipo de modelos colaborativos se basan en la predisposición de las personas a dar sin esperar nada a cambio. ¿O no? ¿O siempre que se da, se espera al menos un equilibrio en la ecuación entre dar y recibir de quien participa? Es difícil responder a esta pregunta en profundidad, porque algunas expectativas pueden operar a nivel inconsciente.

La solución que abordan los equipos para responder al dilema del compromiso altruista, es hablar claro: “yo puedo entregar esto, y espero esto de vosotros”. Pero en mi opinión, no es suficiente. Creo que nadie, salvo cada uno, puede valorar de verdad si debe participar en una actividad de estas características, leyendo si la relación entre lo que se da y lo que se recibe, está equilibrada en el grupo. Y tomar decisiones proactivas, sin necesidad de normas y requisitos, que chocan contra la filosofía del modelo.

Nadando en filtros burbuja

Empieza la mañana. Ponemos Spotify mientras nos duchamos, escuchando nuestra lista de canciones recomendadas. Desayunando vemos las noticias en la tele, programada en nuestro canal favorito. De camino al trabajo escuchamos opiniones en la emisora de radio de cada día. Antes de empezar a trabajar vamos seleccionando publicaciones en Instagram para ponernos al día. En un rato que tenemos libre, nos metemos en Amazon para ver las últimas novedades de nuestros vendedores preferidos. Por la noche, abrimos la aplicación de comida para llevar y elegimos entre nuestra lista personalizada de restaurantes. Al llegar a casa, sofá y dejar que Netflix nos recomiende la nueva serie de moda en base a nuestros gustos. Pulsamos, mañana será otro día.

Desde que te levantas hasta que te acuestas te personalizan cada paso, te lo pintan con una alfombra a tu medida, no necesitas hacer esfuerzo al tener que elegir entre millones de opciones, deciden por ti. Solo recibes lo que realmente te interesa, haciéndote la vida más cómoda, un traje a medida. Una personalización que es todo un alivio en un mundo lleno de información, un mundo donde las decisiones a tomar a diario son infinitas.

Pero, espera…¿Quién decide lo que ves, oyes, opinas, comes y vistes? ¿Quién te hace las listas con las que vives? ¿Eres tú o son los filtros? Filtros burbuja, donde solo llega aquello que encaja con nuestra forma de vida. Pero al igual que como sociedad hemos sido capaces de crear estos maravillosos algoritmos que nos facilitan la vida, también tenemos defectos, como el sesgo de confirmación que hace que demos la razón a aquello que refuerza nuestra visión del mundo.

Buscamos personas completamente afines y al conversar solo en ciertos grupos vamos adoptando una posición cada día más extrema. Nos distanciamos por completo de otras burbujas, a las que juzgamos de tener la culpa de todo lo que ocurre en el mar. Terminamos actuando en base a la reducida parcela que se adapta a la versión que tenemos de la realidad, blanca o negra. Es muy posible que con un trozo del mapa, cortado por nuestra parte favorita, en base a lo que hemos visto en otras ciudades, no lleguemos a conocer nunca la ciudad. Cabe preguntarse si somos libres cuando solo hemos visto una burbuja, o si la libertad consiste en decidir la opción preferida una vez hemos visto un mundo amplio.

Esto influye en la forma de vivir, de crear, de ser. Tocar la puerta de otras burbujas da mucho miedo, porque cuestionan nuestra manera de entender el mundo. Pero es importante recordar que creamos lo que somos, y es imposible crear con valor si no tenemos una mochila diversa. Una mochila que se crea caminando por los trazados que no están marcados en las guías. Una mochila que llene de color un mundo pintado en blanco y negro. La riqueza está en la interconexiones y para ello tenemos que descubrir burbujas que se salgan de nuestros filtros, que rompan nuestros esquemas. Aunque al principio duela, perder un poco el equilibrio es necesario para ser libres.

Contra la juventud

Releo estos días Contra la juventud, el libro de Pablo D’Ors que cuenta la aventura de un aspirante a escritor llamado Eugen, en la sorprendente Praga tan fría como acogedora, que le ofrece tanto y tan poco de lo que buscaba.

Porque uno que busca, siempre encuentra, pero no siempre encuentra lo que busca. Y esto es algo que puede resultar desesperante. Algunos optan, para evitar esa desesperación, por la estrategia de “dejarse llevar”, sin buscar nada en concreto. Pero ello lleva a menudo a la sensación de estar dando palos de ciego, de recorrer la vida en círculos, y estar cada cierto tiempo en el mismo punto desde el que se empezó.

Como dice una de las máximas del oráculo de Delfos, la clave seguramente se encuentre en no elegir “nada en exceso”. Porque ni tener un puerto claro al que dirigirse es garantía de nada, ni tampoco va a permitirte disfrutar la vida al 100% el “let it be” que cantaban los Beatles.

Eugen sale de Alemania con la esperanza de encontrar en Praga los éxitos que busca. Inicia el camino lleno de energía, sin distinguir la utopía de la realidad. Llega con ganas de comerse el mundo, como tantos y tantos jóvenes que como él, creen que la vida que no se viva en la juventud, ya no se vivirá jamás.

Eugen no se encuentra con el éxito, pero se encuentra con muchas otras cosas. Se encuentra con las dudas, con los vaivenes emocionales, y también con nuevos caminos que ni siquiera imaginaba que existían. Gracias a esos encuentros inesperados, descubre muchas facetas de su ser que desconocía.

Y esa es, en nuestra opinión, el gran motivo por el que el movimiento, la búsqueda, es la estrategia adecuada para desarrollarse como individuo. Porque aunque nunca encuentres lo que busques, siempre encontrarás algo. Y en esos encuentros, surgirán preguntas, no siempre fáciles. Surgirán ideas, no siempre válidas. Surgirán emociones, no siempre dulces. Pero serán tuyas. Y te harán más fácil descubrir de qué trata la vida.

Cerrar para crear

Llega el otoño y no solo hay frío fuera, también dentro. Hay frío en los comercios que han bajado las rejas, en las empresas que funcionan a medio gas y en los equipos que se mueven con miedo de dar el siguiente paso. Nos preguntamos cuándo se terminará este parón de hibernación que parece no tener final y saldremos a recuperar la velocidad y la cantidad de antes, volviendo a marcar todos los huecos de nuestra agenda, salvando nuestra libertad.

Muchos viven este momento como si fuera una hibernación, un letargo prologando para sobrevivir. Una palabra que viene de “hibernus”, que significa invierno. Pero es curioso, porque hay otra palabra derivada de invierno, que es invernadero, un lugar también cerrado, pero que en lugar de letargo, contiene desarrollo. Un espacio donde las plantas se protegen de la adversidad, pero al contrario que los animales, siguen creciendo, incluso más que fuera.

Parece que cuando las cosas se ponen mal, cuando hay frío fuera, solo podemos hibernar, quedarnos quietos, quejándonos del invierno y haciendo lo mínimo para sobrevivir. Hemos olvidado que en lo cerrado, como en esos invernaderos, también puede haber desarrollo. El tiempo de recogerse puede ser tiempo para crecer. Podemos avanzar, no en cantidad, ni en velocidad, sino en reflexión y cuidado. Entre el blanco y el negro de la vida sedentaria o el nomadismo frenético, hay otros colores valiosos. Dentro, con todo cerrado y la chimenea encendida, podemos leer, observar, conversar, regalándonos pensamiento, cuestionamiento y empatía. Podemos movernos, aún sin cambiar de sitio.  

Este momento en el que todo se ralentiza, es ideal para dedicar tiempo a repensar el camino con más sentido. La reflexión necesita tiempo, poco ruido y quietud, y qué mejor contexto que este. Una reflexión que nos lleve a cuestionar lo que todos hacen a gran velocidad, para interpretar y discernir el verdadero valor. No podemos ser innovadores si no aprendemos a mirar, y eso significa tomarse tiempo para dudar, analizar, empatizar. Tenemos que desarrollar el paladar para poder crear y esto requiere aprender con tiempo a saborear.

Una café con un cliente para entender mejor sus necesidades, una jornada de ideación con personas externas para traer nuevas miradas, unas horas de dinámicas para cohesionar más fuerte al equipo, una formación interna para aprender a observar el entorno… no será perder el tiempo, sino ganarlo. Tiempo imprescindible para crear luego de forma rica. En la quietud de estas actividades, como en los invernaderos, también hay movimiento. De hecho, la creatividad se alimenta de la quietud para poder mirar diferente.

Memoria 2019. Un recorrido y un aprendizaje compartidos

En Dynamis tenemos una forma peculiar de entender la Memoria anual. La nuestra, no tiene un solo número: solo experiencias, aprendizajes e ideas para el futuro. Las personas, y también las empresas, necesitan conseguir unos resultados. Pero a veces olvidamos que los resultados pueden ir mucho más allá de los ingresos, los beneficios.

Las personas somos mucho más: somos lo que aprendemos, somos lo que sentimos, somos lo que hacemos. Estos también son importantísimos activos para el futuro, pues nos ayudan a elegir caminos y orientar estrategias. Nos permiten velar por la sostenibilidad nuestra y de nuestra entorno, en el medio y largo plazo.

Esperamos que os guste, os ponga sonrisa y tal vez, encienda alguna bombilla que ilumine vuestras ideas. Leer Memoria

Soñar la universidad

¿Cómo desearías que fuera la universidad? El siguiente texto nace de esa pregunta y la única pretensión que tiene es compartir la visión de algunos jóvenes junto a la mía, en forma de respuesta, de deseo, de ilusión… ¿Soñamos juntxs? ¡Empezamos!

En mi opinión la universidad debería ser un espacio dedicado a la investigación y al desarrollo de campos y materias. Un lugar donde acudan aquellas personas que encuentran en el descubrimiento del saber su verdadera vocación. Creando espacios alternativos para aquellos otros que, por su parte, solo buscan posicionarse en el mercado laboral ante una presión social constante” Miguel Lobelo, licenciado en Diseño Gráfico.

Tirando de este hilo, a mi me gustaría imaginarme un modelo significativamente menos competitivo en el que la presión social o la idea de posicionarse en el mercado laboral no interfiriesen en la búsqueda de nuestras pasiones. Un modelo donde haya espacio para las inquietudes de cada persona y fomente la integración de la diversidad.

También, como nos cuenta un estudiante anónimo de Enfermería: “la universidad será el lugar para despertar la conciencia del ser humano” Yo me sumo a este sueño y apelo al papel de los profesores para que nos agiten con responsabilidad en ese despertar. Que las aulas se conviertan en lugares vivos, estimulantes, expresivos…

Así Lucía Zaballa, estudiante de Medicina nos dice: “me gustaría que la universidad enseñe a pensar, enseñe a sacarse las castañas del fuego y te prepare para lo que venga después. Me gustaría pensar que es un lugar donde se fomente la motivación de aprendizaje, que la gente no acuda a clase por la asistencia, sino por las ganas de aprender”

Seguimos imaginando la universidad con Rubén Jordán, estudiante de Ciencias Políticas: “me ilusiona pensar en que, un día no muy lejano, la universidad sea un sitio donde se fomente y premie que un estudiante desarrolle un gran número de habilidades y proyectos. Me ilusiona pensar que la universidad será un lugar donde no solo se valorará memorizar y tirar, o calentar un asiento. Es posible que siendo así dejemos de pensar en coger nuestro título y olvidarnos, para pensar en quedarnos haciendo universidad”

¡Sin duda! Me gusta pensar en una universidad que no fuera valorada como un trámite que nos da la posesión de un título con el que presentarnos al mundo laboral diciendo: “¡tengo esto!”, para pensar en una universidad que nos acompañe en nuestro camino con más certezas sobre lo que somos y así quedarnos haciendo universidad después de la universidad.

Y termino, volviendo de nuevo al sueño de Lucía para descubrir su visión donde la enseñanza más importante de la universidad sea hacer hombres y mujeres con valores, ética, bondad y compasión. La universidad tiene que acercarnos un poco más a crear un mundo bueno.

 

El secreto está en las ganas

Un mes en casa. Confinados y confinadas, peleando contra el bicho en una guerra en la que la mejor acción es no moverse. Y ayudar así a que los héroes y heroínas se batan en combate sin tregua en los hospitales.

Y en Dynamis, donde siempre hemos creído en el aprendizaje en un aula, en una cueva, alrededor de un fuego. Oliéndonos, rozándonos, mirándonos a los ojos… ¿Qué hacemos?

Pues crear otros caminos, que no dejen jamás de conducirnos a nuestro propósito: ayudar a las personas a conocerse, si es posible en relación. A pensar por sí mismas, a encontrar sus propios recursos para tomar decisiones, para elegir sus caminos.

Un mes en casa. ¿Y qué está pasando con lxs talents de Factoría, acostumbradxs a los seminarios vivenciales de cada jueves? Pues que están sacando provecho más que nunca a los procesos de coaching. Que los equipos de proyecto son más equipo que nunca. Que ofrecemos unos casos online voluntarios, y se apuntan 23 de 23.

Lo que está pasando es que están exprimiendo al máximo la experiencia, como todas las anteriores ediciones de Factoría. Porque el secreto está en las ganas. Porque quien quiere aprender, siempre encuentra la forma. Porque lo importante es el fondo.

Recuerdo aquella frase atribuida a Aníbal, general del ejército cartaginés, que dirigió a su ejército en la imposible misión de cruzar los Alpes. “Encontraremos el camino, y si no, lo crearemos”. Importa el propósito. Y las ganas. Todos los caminos pueden ser buenos. Y disfrutarse.

El maldito bicho ha logrado que no nos olamos, que no nos rocemos, que no nos besemos. Pero no solo no ha logrado desconectarnos, sino que ha logrado lo contrario. Estamos más cerca que nunca, porque estamos los unxs en los otrxs. Nos recorremos juntxs. Y juntxs, porque queremos, seguiremos encontrando la forma de seguir aprendiendo, de seguir entregando, de seguir construyendo, de seguir sintiendo, de seguir viviendo.

 

La educación a través de la gran pantalla

Si algo hemos ganado con el confinamiento, es tiempo. Y como muchas veces habréis escuchado, el tiempo es oro. Yo creo que el tiempo por sí mismo no es oro, es simplemente tiempo, y convertirlo en oro depende de lo que uno mismo haga con él. A continuación, os recomendamos cuatro películas que tratan sobre educación para llenar todo este nuevo tiempo de valor.

La familia Bélier: una película francesa emocionante y divertidísima sobre una peculiar familia donde, a excepción de la hija, todos son sordomudos. Ella hace de intérprete de sus padres y de su hermano. Un día, alentada por su profesor de música decide prepararse para una importante audición de canto. Una decisión que agita toda la estructura familiar,  la obliga a separarse de sus padres, a vencer miedos y a crecer.

Cadena de favores: una conmovedora película que nos enseña el valor de las acciones individuales. Uno de los profesores del colegio donde estudia Trevor, un niño de 11 años, le propone un reto: “piensa una idea para hacer del mundo un sitio mejor”. Un primer movimiento que se expandirá de manera sorprendente transformando la vida de muchas personas.

Una razón brillante: una crítica película enmarcada en el contexto universitario.  Su protagonista, Neïla es una joven del extrarradio parisino que sueña con ser abogada, y para ello, estudia en una de las mejores universidades de París. Una propuesta cinematográfica de gran virtud dialógica que nos enseña el poder de la reflexión, la autocrítica y el coraje para ir más allá de lo establecido.

Captain Fantastic: una excéntrica película que trata sobre una familia formada por un padre y sus seis hijos quienes viven en medio del bosque, alejados de la civilización, con una educación anticapitalista y de supervivencia. Un giro en los acontecimientos hará que tengan que cambiar su forma de vivir y volver a la ciudad. Un film controvertido que nos plantea la siguiente pregunta: ¿se puede educar y vivir al margen del sistema?

Cuatro películas que personalmente no me dejaron indiferentes y que os invito a que veáis de una manera activa y creativa, proponiendo un posible debate con vuestras familias o amigos. Porque como he dicho al principio de este texto, convertir el tiempo en oro, plata, bronce… o en definitiva, en un bien preciado, está en cada una de nuestras manos.

 

 

Sistemas

Recuerdo a menudo esa frase lúgubre de Hemingway, en la que dice que cuando oigamos doblar las campanas, no preguntemos por quién doblan, porque de hecho están doblando por cada uno de nosotros.

Esta idea de la existencia de un hilo que nos une, que todo lo conecta, que somos “uno”, estaba ya muy arraigada en nuestros antepasados. Y existen algunas historias, quizás leyendas, de cómo antes de que nuestro mundo fuera un mundo global, ciertas cosas que pasaban en un lugar, afectaban también a otras partes muy lejanas entre sí.

Leí en cierta ocasión una historia sobre dos variedades de pájaros muy similares, los petirrojos y los azulejos, que tuvieron una trayectoria evolutiva distinta debido a la diferente forma de vivir de unos y otros. Como no soy experto en la materia, no podría decir cuánto de verdad hay en ello, aunque la historia es preciosa y, desde luego, muy creíble. Por lo visto, los petirrojos son aves muy sociales, que viven en comunidad, y además, tienden a cambiar de comunidad a lo largo de su vida. Los azulejos son más estables, y no cambian de comunidad.

Pues bien, por lo visto, existen evidencias de cómo una de las especies ha evolucionado más rápido que la otra, al compartir sus miembros los “aprendizajes” adquiridos en otras comunidades. Cuenta la historia, por ejemplo, cómo los petirrojos aprendieron a abrir el tapón y beberse la leche que antiguamente se dejaba a la puerta de las casas. Y cómo en un plazo de tiempo corto, otros petirrojos en otras partes empezaron a hacer lo mismo.

Sea la historia realidad o ficción, parece indudable que las conexiones entre los miembros de un sistema, y la oportunidad de que los miembros de ese sistema “vuelen” para dar y recibir, mejora el aprendizaje e impulsa la evolución y el cambio.

Pero creo que hay una variable  que no debemos perder de vista: no es solo la conexión, la que genera la sinergia. No es solo “volar”  de grupo en grupo lo que permite que el aprendizaje se produzca. Es necesaria la porosidad de cada individuo para aprender, y la generosidad de cada individuo para compartir su conocimiento. Si el individuo no alimenta el sistema, el sistema no alimentará al individuo.

Si algo cuidamos en Factoría de Talento a la hora de realizar la selección, es elegir jóvenes con porosidad y generosidad. Que tengan disposición a aprender y sean generosos para compartir su conocimiento y difundirlo mucho. Ese “virus” del aprender y compartir, sí queremos que sea muy contagioso.

 

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